Parte IHabría caído rendido a tus pies de mujer con tan solo una palabra de cariño, tan sólo una caricia o breve palabra, palabras que volvieron de mi un seguidor del culto que refugia tu cuerpo. Me volví un poeta erudito en el tema el día en que con mis manos como pinceles agrietados dibujé en tu piel el producto de tu risa, la sutileza en tu actitud bárbara y descompuesta, eso, ese aquello, ese no sé qué.
El perdonarme y perdonarle por hacerme decantar por la rebeldía de tu cabello y lo superfluo de la vida en tu ausencia es algo ajeno a mi, puesto que no necesita perdón por haberme hecho albergar esto que duele y gusta dentro de mi pecho.
¿Es patético el sentimiento de detallar a máximo esplendor y con imperante sentimiento el amor que siento hasta nuestros días por aquella que ni siquiera nota mi existencia o mi ausencia? No lo sé ni quiero saberlo, sólo quiero entregar esto que llevo cargando por años y años.