El fantasma de nuestro vecino

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El fantasma de nuestro vecino

–¡Bhol...!¡Bhol...! ¡Bhol...!¡Bhol...!

Había una vez un anciano muy desdichado al que todos conocían como el Señor Quejón. Y se sentía desgraciado porque su casa estaba situada justo al lado del Nro. 1216 de la Avenida Franklin; es decir el hogar de una de las familias más alocadas y desmadrosas de todo Royal Woods, la cual se conformaba por los Loud y sus once hijos que venían surtidos en diferentes edades, tamaños y personalidad.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Cada mañana el hombre se despertaba con el bullicio y el ajetreo de los niños esos corriendo de aquí pa allá en lo que se alistaban para ir a la escuela. El alboroto era tan grande, que parecía que este iba a demoler su casa.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Y en la tarde la cosa era peor aun cuando regresaban y comenzaban a escucharse gritos, risas frenéticas, peleas constantes, discusiones, llantos de bebé, explosiones químicas o el tocar de una escandalosa guitarra eléctrica cuya frecuencia parecía iba a destrozar los cristales de las ventanas de todas las casas en cinco kilómetros a la redonda.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

El hombre que vivía junto a esta familia de locos ya lo había probado todo: tapones para los oídos, orejeras, meter la cabeza bajo la almohada... Incluso, una vez, se encerró en el armario.

Pero las explosiones seguían tronando a lo alto, los instrumentos seguían chirriando y los gritos persistían, hasta que pensó que le iba a estallar la cabeza.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Esto no puede seguir así, decidió una mañana.

Pero como no podía oír ni lo que pensaba, tuvo que salir de su casa a decirlo a voz en grito.

–¡Esto no puede seguir así!

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Lo cierto es que el hombre pretendía ser un buen vecino; pero el problema es que los niños Loud no ponían de su parte. Ya no les confiscaba los juguetes que llegaban a caer en su jardín, no desde el buen gesto que tuvieron con el la navidad pasada; pero, como si no bastara con todo el ruido en la casa de al lado, pasaba que su propiedad se seguía viendo invadida constantemente, unas veces por balones, otras por aviones y/o helicópteros a control remoto, entre otras cosas que acababan maltratando sus plantas y a veces hasta quebraban sus vidrios.

En esa ocasión eran pelotas de golf que no dejaban de caer a cada rato. Esto dado que la hija más mayor de los Loud entrenaba para próximamente ingresar a una universidad en la que sus alumnos se entregaban en cuerpo y alma a este deporte, según tenía entendido.

–¡Bhol...!¡Bhol...! –oraba Lori cada vez que le asestaba a una de las pelotas con el palo.

A una le dio tan fuerte, que el anciano apenas y si tuvo tiempo de agacharse para que esta no se estrellase en su cabeza. En lugar de eso rebotó contra el marco de la puerta y fue a estrellarse en su buzón dejándole una notoria abolladura; cosa con la que decidió que ya había tenido suficiente.

Al ir aproximándose a la casa Loud a presentar un bien justificado reclamo, advirtió que, para su conveniencia, quienes se encontraban en el jardín de en frente eran las diez hijas mujeres de sus vecinos; osea las que armaban más escándalo.

Luna practicaba con su guitarra eléctrica la cual tenía conectada a un parlante a todo volumen; Luan perseguía a Leni con una araña de plástico; Lisa mezclaba unos químicos que a todo momento reaccionaban con puras explosiones; Lynn Jr le daba de golpes a una pera de boxeo que colgaba de un árbol; las gemelas peleaban entre si por alguna tontería a la vez que Lily arrojaba terrones de tierra a diestra y siniestra; y Lori, como se dijo antes, practicaba sus tiros de golf sin querer arrojando las pelotas hacía el jardín de nuestro anciano protagonista.

El fantasma de nuestro vecino (One-Shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora