Única parte

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Cuando el tiempo se hace polvo de estrella, termina salpicado por todo el universo. Esparciendo su contenido hacia el infinito. Distante. Vacío. Pero, mientras ellos giran en conjunto como un cardumen de peces dorados radiantes, nosotros nos mantenemos presos bajo nuestros propios límites humanos. Justo aquellos que alguna vez nos hicieron entes únicos entre las demás especies. Entes distintos de Nocturno o, por qué no, Ari. Simples humanos perdidos en el limbo de la existencia, justo como Adiel. Pero aunque nos parecemos en ese sentido, no tenemos nada de iguales: él ha sido el primero en cruzar las barreras de la muerte. Fue capaz de conocer la dimensión del ser que se llama a sí mismo Nocturno, logrando que este mismo accediera a unirse junto a él para viajar por el universo hacia la eternidad inconsciente.

Aunque determinar hace cuánto tiempo se tornaron polvo es algo absurdo: en ellos las leyes del tiempo no aplican de la misma forma que a cualquier persona, como tú o yo. Sobre todo, si tomamos en cuenta que, cuando el tiempo perece, todo se reinicia. Como al oprimir un botón de reset; lo que llevabas hasta ese momento se va, pero el juego sigue. Nunca acaba. Los relojes se detienen y la vida de las personas deja de ser igual, como si fuera en reversa y hacia delante en partes iguales.

Así, todo vuelve a su sitio inicial, el cual quizá nunca conozcamos en realidad. Pero que, de cualquier forma, nos dejará atrapados en ciclo sin un inicio ni fin definidos cuando la raza humana renazca. Una clase de limbo, como en la que se hallaba nuestro compañero de especie, Adiel cuando entró a una dimensión desconocida tras mirar al cielo en la búsqueda de una esperanza pérdida en el último aliento de las estrellas fugaces. Y cuando, sin esperarlo, se halló con los ojos azules de un ser fantástico, digno de una caricatura extraña y grotesca.

Para Adiel, Nocturno no era tan solo una estrella moribunda, sino una estrella fugaz cuyo brillo notable se estaba apagando. Lo último que permitiría era dejar apagar esa pizca de luz en su corazón, vaciado por sí mismo tras vivir años en medio de la nada y el todo. Infinito y eterno, como la ilusión óptica bajo la noche estrellada cuyas espirales nunca dejan de moverse, incluso si el cuadro permanece estático.
Por otro lado, Adiel, fue para Nocturno, una temporada de lluvia en medio de un desierto: una dicha y un infortunio de saber que podría terminar, sin un destino fijo al mantenerle como un preso privilegiado en su mundo. Le entristecía tanto que, la poca conciencia que guardaba tras tantos años de vida errática, le carcomía el cerebro. Del mismo modo que también consideraba que era lo más hermoso que hubiera preciado: desconocido, extraño… humano. Nocturno veía en los sentidos de aquel humano, algo fascinante, que cautivaba los suyos propios. La hermosura que trae un recuerdo en el rumbo de los sueños que se ha desviado sin querer.
Juntos eran la pintura de una noche llena de luces bajo la lluvia, unidos en situaciones que no podían imaginarse con cualquiera. El roce con la locura misma que aun resultando inquietante brindaba cierto sentido a sus vidas: la Parca y el Eterno. Sin duda la pintura surrealista más desalineada y atrevida que cualquiera hubiera visto. Hasta que, finalmente, el Origen tomaría a su querido Adiel, de camino hacia su fin. Un fin artificial que solo era un nuevo comienzo. Porque no hay finales definitivos, tan solo nuevos comienzos.

[…]

He resubido este fanfic, que había subido en otra cuenta mía, ya que hace poco recordé la primera vez que leí Nocturno y me ha traído muchos buenos recuerdos.

Gracias por leer 💙

Más allá del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora