PROLOGO

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    Toco la puerta.

Me dijo que llegara a las seis y media, llegué tres minutos antes. No creo que se haya ido.

Golpeo de nuevo. Nada. Golpeo dos, tres, cuatro, cinco...Pero que tonta soy, me había olvidado que me dio las llaves.

Busco en mi mochila, me dijo que trajera mi computadora, pero no sabía cuál de las cinco traer. Así que agarré la común.

Encuentro el manojo de llaves, me dio para la puerta principal, la de la cocina, garaje, jardín y también la de su auto.

Nerviosa, introduzco la llave, pero no da vueltas, miro de nuevo y agarré la llave del jardín, de nuevo busco y encuentro la correcta.

La puerta se abre con un crujido, deben echarle aceite. Entro, está todo oscuro, busco el interruptor, pero no funciona, la vista se me adapta y la única luz proviene de la cocina, camino hacia ella, pero no hay nadie.

Decido ir a su habitación, la última vez que vine se encontraba allí, recuerdo las cosas que hicimos y me sonrojo.

Cruzo el pasillo y veo la puerta abierta, está todo ordenado, las sabanas negras hacen contraste con la pared blanca. La luz entra por la ventana, reflejando los cuadros que tiene en su cómoda. Me acerco y los miro.

Tiene una fotografía mía que me tomó desprevenida cuando comía helado, le dije que estaba toda desarreglada, pero me dijo que me veía bonita igual, sonrío sobre aquel recuerdo.

Mi sonrisa se desvanece cuando miro la siguiente fotografía, está él de pequeño y una mujer lo abraza. Su madre.

La agarro, se veía tan pequeño y feliz en aquel tiempo con su madre.

Lo siento tanto, quisiera contarte toda la verdad. Pero no puedo. No puedo arriesgar tu vida, ni la mía. Quiero que seas feliz, pero tu padre no nos deja.

Salgo, definitivamente no está, observo el pasillo y hay una mancha roja en la pared, eso no estaba cuando pasé o ¿sí?

Sigo observando y hay un jarrón dorado tirado en el piso. Al lado hay un papel. Me acerco, me agacho y lo tomo. Lo desdoblo y lo leo:

"encuéntrame en el gimnasio"

¡Es verdad! Está en el gimnasio, me había olvidado que tienen uno.

Camino hacia la escalera, el gimnasio está en el tercer piso, llego respirando mal, olvidé tomarme la medicina, pero eso no importa.

La puerta está entre abierta y cuando intento abrirla no puedo, intento de vuelta, pero no consigo nada. Okey tendré que empujar con más fuerza, me alejo, me preparo y corro hacia la puerta. Se abre, pero me hice mierda el brazo.

De nuevo está todo oscuro, pero a diferencia de abajo aquí si hay alguien.

Camino sin hacer ruido, quiero sorprenderlo. Miro hacia los costados, no entiendo porque tienen tantas cosas, hasta cadenas hay.

Se que me estoy acercando cada vez más, porque siento su respiración más agitada que antes, está haciendo boxeo. Siento como las cadenas que sostienen al saco, rechinan con cada golpe. Me asomo muy despacio sin que me vea, pero me encuentro con otra cosa.

Descalzo, con pantalón deportivo negro, torso desnudo, músculos definidos cubiertos por el sudor, tiene las manos vendadas, el pelo castaño le cae suavemente por el rostro. Este no es él... es su hermano.

Debo irme, ¿acaso los músculos son de familia? Retrocedo, pero mi pie choca contra una pesa y caigo.

«Mierda» mi trasero me duele, escucho que los golpes al saco se detuvieron. «No me tiene que ver aquí» me arrastro, mi pie duele muchísimo. Quien me manda a venir aquí. Siento pasos acercándose, giro la cabeza, pero no veo nada, cuando miro al frente, veo que está parado frente a mí.

Tengo en frente sus pies. No, no puede ser cierto. Observo lo que tiene en el tobillo. Es lo mismo, lo mismo que tenía ese maldito. Los recuerdos invaden mi mente. Sí, ese objeto nunca lo voy a olvidar.

Intento pararme, pero él me lo impide.

—¿Te gusta lo que tengo en el tobillo, Amber? —sonríe perversamente.

Creo que, si mis sospechas son ciertas, estoy en peligro, ¿cómo no me di cuenta antes? Todo este tiempo lo tenía al frente de mis ojos, burlándose de mí.

Intento gritar, pero el me lo impide tapándome la boca con su mano, me tumba y se me sube a horcajadas.

—Quédate quieta y no grites —me besa la mejilla. Mis lagrimas salen solas.

—Retiraré la mano, pero no hables, ni hagas ruido —asiento.

—De lo contrario, no me va a temblar el cuerpo, para hacerte lo mismo que hace un año... 

EPIFANÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora