Capítulo I

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Roslyn

Un inmenso dolor se vio reflejado en el rostro del niño cuando la sexta patada de Vernon Dursley llegó a su estomago, supo casi al instante que se había roto nuevamente una costilla. Sabía que no debía quejarse era una de las reglas que debía seguir desde que tenía memoria "No quejarse nunca de nada", ni de la poca comida que le daban, ni del piso en el cual dormía, ni de la ropa que usaba, ni de las tareas que debía hacer en casa y ni de las palizas que le daban; pero lo último realmente era difícil de hacer cuando sentía que sus pulmones ardían como si les hubiesen prendido fuego, le tomo años aprender a controlar los gemidos y gritos de dolor cada vez que Tío Vernon decidía darle una lección que sin duda incluía horribles golpes. 

Harry escuchaba a su lado los exuberantes jadeos de cansancio que soltaba el varón mayor de los Dursley, caía casi inconsciente cuando sintió como le agarraba del pelo tan fuerte que el dolor de cabeza se volvió insoportable. Le llevo hasta la puerta de la alacena para tirarlo con fuerza hacia dentro soltando insultos que iban desde mocoso inútil hasta fenómeno despreciable; cuando cerro la puerta el niño soltó un par de gemidos lastimeros tratando de respirar lento y cuidadosamente para no hacerse más daño del que tenía. Con cuidado se enderezo un poco para poder afirmar su espalda en una de las paredes de aquel cuarto en el que dormía desde que llegó a vivir con sus tíos. 

La paliza de hoy se debía a que mientras el niño preparaba la cena dejó caer por accidente un vaso, el que al tener contacto con el piso de la cocina se destruyó en varios pedazos; del miedo y estupefacción no oyó las grandes zancadas del Tío Vernon hasta que un combo llego a su rostro haciéndole perder el equilibrio, pero los golpes sólo siguieron uno tras otro. Últimamente el hombre se encontraba más frustrado y enojado que de costumbre, así que las lecciones por cometer errores o por solo existir eran bastantes más seguidas.

Una vez que Harry pudo tranquilizarse, buscó una de las vendas que logró guardarse de la enfermería de la escuela una de las veces que estuvo allí después de que Dudley y sus amigos lo golpearan; según el libro que había leído en la biblioteca las vendas servían para el tipo de heridas que en ese momento tenía, claro que también decía que era importante ir al médico, pero como no tenía esa posibilidad tuvo que aprender a vendarse a sí mismo. Usó la venda y la enrollo desde un costado de su pequeño y débil cuerpo para después pasarla por su espalda con dificultad y volver al mismo punto, de manera que la cinta fue dando varias vueltas haciendo un similar recorrido, mientras lo hacía apretaba ligeramente la venda tal y como decía el libro. A lo largo de los años y después de innumerables palizas Harry se había dado cuenta de que sus heridas se curaban un poco más rápido de lo que decían los libros, no sabía el porqué, pero vaya que lo agradecía. 

Después de vendarse trato de limpiarse la sangre de la cara con uno de los trapos sucios que habían en el piso, la noche iba a ser bastante larga con el dolor atravesándole todo su cuerpo, pero aun así se acomodo lo mejor que pudo en el magullado colchón que tenía para dormir. Suspiró sonoramente intentando alejar los pensamientos y preguntas que siempre le asaltaban ¿Por qué sus padres tuvieron que morir? ¿Por qué lo trataban así? ¿Por qué nadie hacía algo? ¿Por qué tenía que sufrir todo aquello? simplemente ¿Por qué a él? Desde que perdió la esperanza de obtener alguna respuesta sólo trataba de ignorar aquellas preguntas que lo acechaban todas noches, y sin embargo, la mayoría de las veces fallaba horrorosamente.

Esa misma noche en la mansión Malfoy, Severus Snape profesor de pociones en Hogwarts y jefe de casa de Slytherin, mantenía una conversación amena con la persona que él consideraba su único amigo. 

—Entonces, ¿Qué piensas hacer finalmente Severus? —cuestionó Lucius con una mirada seria, mientras le daba un sorbo al contenido de su copa. 

El ángel de negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora