El rey se encontraba sentado en su trono, planeando el destino de miles de almas, metido en sus pensamientos con una sonrisa sínica en su rostro.
Mientras tanto en aquel mundo de hostiles humanos su reina se encontraba como cada día cuando solía aburrirse e iba a condenar humanos, esta vez, dentro de aquel excéntrico bar, rodeada de muchas propuestas de hombres admirando su inigualable belleza, la mayoría pobres almas ya destinadas, necesitaba encontrar algo nuevo, algo "limpio" que quedara cautivado por aquella inquietante mujer, sangre joven que se atreviera a tomar el riesgo. No fue hasta entonces que la vio, sentada en una esquina, encogida sobre si, intentando cubrir lo que aquel bonito vestido no lograba, su mirada lucia perdida, fuera de lugar. Decidió acercarse, basto con mirarla a los ojos para hacer que aquella bonita chica perdiera la compostura quedando a sus órdenes por completo. Tomo su mano y con una sonrisa cegadora comenzó a caminar, la pobre chica ni siquiera tuvo oportunidad de darse cuenta que, al seguirla, había firmado su propia sentencia de muerte.