Capítulo Uno

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Me detuve frente a la puerta de la cocina del restaurante, dándome un buen merecido descanso. A diferencia de los camareros y los ayudantes de camarero,
que furtivamente salían a fumar, me gustaba mirar las
nubes cuando podía hacerlo. Estaba más que contento con
mirar el cambiante cielo y a menudo sentarme fuera de una
de las baratas sillas durante la interminable mañana de trabajo. Mientras que los ayudantes daban largas caladas a
sus cigarrillos, yo oteaba el horizonte azul, especialmente en los afectuosos días en los que las nubes de tormenta envolvían el mar.

Estaba tomando un Dr. Brown's -soda aromatizada con vainilla esta vez- aunque mi preferencia eran el ginger ale o el Cel-Ray. Las heladas gotas refrescaban mi mano del calor sofocante. Me encantaban este tipo de días, cuando se sentía como la humedad tropical se adentraba tierra a dentro desde el sur y el aire era sofocante y espeso sobre mi piel. El sur de California siempre parecía demasiado caliente y completamente seco, a pesar de que estaba lo suficientemente cerca de la playa y las gaviotas se congregaban en el estacionamiento de 'Il Ghiotto', donde trabajaba como chef de pastelería. Últimamente necesitaba más y más de estos descansos. Era un hecho que estaba a punto de perder la paciencia con los cannoli y el tiramisú.

Tomé otro trago de mi refresco, cerrando los ojos cuando el flujo del dulce jarabe se convirtió en chispeantes burbujas que crepitaban en mi boca, degustando un sabor a vainilla cremosa y desplazándome aún más cerca del lugar donde crecí.

Tal vez era hora de ir a la costa a ver a mi hermano, Daniel, cuyo reciente malhumor y sus peleas épicas de autocompasión hacían que inevitablemente me sintiese como si yo no tuviera derecho a quejarme de nada.

Me puse en pie con un poco de cuidado y deposité la botella vacía en la papelera de reciclaje de camino a la sofocante cocina. Iba a volver al trabajo a pesar de que no me sentía bien del todo. Había estado un poco cansado y mareado durante toda la mañana, y ahora una picazón en
la garganta anunciaba el comienzo de un resfriado. No
sabía cuánto tiempo más podría ocultar mi estado a los
otros en la cocina.

—Compañero, no te ves nada bien. —Arthur, mi ayudante, me dio un gran rodeo.

Eso sin duda respondía a mis pensamientos.

—Sí. —Me dirigí al lavabo para lavarme las manos—. Creo que estoy...

—Mew, voy a necesitar algo sin gluten para la prueba de la cena de los Ramírez... —El subdirector, Phil, alargó la mano y me tocó la frente—. Joder. Vete a casa. Tienes fiebre, y ninguno de nosotros quiere caer enfermo. —Phil tenía algo que decir en esta materia.

Me aparté de su toque. —Pero...

—Sin excusas. —Phil se dirigió al fregadero y se lavó las manos. Eso me molestó de alguna manera, como si estuviera sucio—. No tengo necesidad de pillar la gripe porcina o lo que sea que tengas. ¿No lees los periódicos?

—No. —Me volví y empecé a desabrocharme la chaqueta de cocina, tirando de la tela un poco más fuerte de lo necesario. Uno de los botones se desprendió—. No tengo necesidad de ser tratado como un leproso, Phil.

Phil se dio la vuelta e hizo una mueca. —Lo sé, Mew, te pido disculpas. Estoy paranoico con ponerme enfermo
ahora que se acerca la fecha de alumbramiento de Hannah.
Vete a casa. Arthur puede encargarse de todo aquí. Te llamaré más tarde para saber cómo estás.

Cuando Maurizio, el propietario, llegara más tarde, sabía que Phil me excusaría y que no iba a ser ningún problema siempre y cuando el trabajo estuviera realizado. Eché un vistazo a Arthur, quien asintió.

La escalera de Mew - MewGulfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora