Capítulo dos

218 37 4
                                    


—¿Estás seguro que no puedo disuadirte de eso? — Preguntó Phil por quinta vez.

Tragué saliva por mi garganta magullada. Mis labios estaban partidos y me dolía todo el cuerpo. Era difícil hablar, pero le debía por lo menos eso al hombre que había sido tan amable de ayudarme.

—Estoy seguro, Phil. Ir a ver a mi hermano me hará sentirme lo suficientemente mal como para que la paliza que me ha dado mi pareja me haga sentirme como un perdedor.

Phil no dijo nada. No tenía por qué hacerlo. Nosotros habíamos discutido sobre el temperamento de Sander más de una vez.

—Lo sé. Me lo has dicho. —Me incliné y recogí con cuidado la bolsa de viaje. Paré a Phil cuando él intentó alcanzármela—. Yo puedo hacerlo.

Phil me frunció el ceño. —Nunca lo haría, te lo he dicho una y otra vez. Por Dios.

—Lo siento.

—Crecí preguntándome si mi madre se quedó con mi padre porque ella tenía una personalidad extraordinariamente optimista. Pero eso no puede ser, porque eres una jodida caja de sorpresas. Nunca entenderé por qué ninguno de vosotros aguantasteis esa situación, pero no quiero echarte la culpa a ti tampoco. No es de mi incumbencia.

El autobús estaba listo para que subiera a el. —Voy a pedir ayuda, —murmuré. Comencé a cojear hacia el gran autobús, caminando más despacio de lo que podía porque sabía que iba a doler como el diablo subir esos escalones.

—¿Qué? —Phil me cogió del brazo—. Sander es el que necesita...

—No es por Sander. —Parpadeé para contener las lágrimas. Jodido medicamento. No podía ocultar mis emociones—. Me siento atraído por la violencia. Es... familiar.

—¿Qué es... —Phil frunció el ceño.

—Vete a casa con Hannah. Cuida de ella. Te necesita mucho más que yo.

—Espero que te recuperes pronto.

—Gracias. —Miré a Phil desde donde estaba parado en los escalones del autobús—. Dale mis mejores deseos.

La conductora del autobús me echó una mirada pétrea mientras dejaba mis cosas en el asiento dos filas detrás de ella. Usualmente me gustaba sentarme justamente detrás del conductor, pero había ya dos adolescentes allí. Tenía el suficiente conocimiento como para saber que no importaba donde estuviera sentado en el autobús, todavía olía a hospital.

Miré a las adolescentes con el rabillo del ojo, lo suficiente como para ver que estaban asustadas. No podía culparlas. Era alguien que a menudo se movía en transporte público y siempre cogía este autobús especial para visitar a mi hermano, sabía que tenían razones para tener miedo. Ellas eran atractivas, tal vez estuvieran en el instituto, tenían la piel oscura y unas gruesas trenzas marrones. Los chicos ya estaban asentados en sus asientos cuando ellas entraron en el autobús. A las chicas probablemente les habían dicho que se sentaran directamente detrás de la conductora por parte de sus madres o de la propia conductora, y se quedaron allí como les habían dicho.

Mientras el resto de los pasajeros desfilaban ante mí, me di cuenta de los sospechosos habituales. Era como un pase de lo peor que la vida tenía para ofrecer, como ver a los siete pecados capitales ocupar sus asientos hasta que el autobús se llenó. Las chicas delante de mí ya estaban temblando.

Un anciano vestido con un par de pantalones de poliéster, una camisa a cuadros y un suéter desgastado se sentó en el asiento de al lado. Me miró a la cara y vi que detrás de sus gruesas gafas tenía una catarata en un ojo. Llevaba un alegre sombrero de tela escocesa de forma que me recordaba a mi abuelo, y me brindó una desdentada sonrisa. Yo no pude devolverle la sonrisa.

La escalera de Mew - MewGulfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora