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Otoño siempre le pareció una estación tan especial, el viento se sentía diferente y no era simplemente por el cambio de temperatura, tenía un olor que le diferenciaba de las otras estaciones, a mandarina, flores, y algo más que no podía explicar. El paisaje moría a su alrededor y algunas casas comenzaban a adornar sus puertas con calabazas, arañas peludas, gatos negros y fantasmas. "¿Puedes creerlo? Como si fuesen gringos, que vergüenza" había dicho Itzel en una ocasión mientras regresaban juntos de la escuela, Pedro solo las miraba maravillado, le hubiese gustado poner al menos una calabaza en la puerta de su casa.

A Pedro le gustaba la Noche de Brujas y mucho, tanto como el Día de Muertos, no entendía por qué tendría que elegir una por sobre la otra, sobre todo cuando podría tener ambas. Ese ambiente de fiesta, travesura y terror le atraía demasiado.

Esa tarde fue al supermercado con su hermana, le encantaba ir y escaparse a la sección de "Halloween" que armaban para esas fechas y poder probarse las máscaras, jugar con los adornos que hacían sonidos macabros y se encendían al tocarlos o al acercarse a ellos. Ni hablar de la sección de dulces, los estantes se llenaban de una variedad increíble con los típicos empaques en colores morados y naranjas. Ni siquiera Itzel podía quejarse de ellos, los favoritos de ambos eran los picantes, dulces confitados de colores rellenos de tamarindo, paletas de caramelo sabor sandía cubiertas de chile, gomitas de mango espolvoreadas de chamoy, entre otras chucherías. "¡Están locos! ¡Eso es una bomba para sus estómagos!" les riñó su abuelo un día que encontró a los gemelos vomitando luego de haberse hecho un menjurje de Pica-fresas, Chilebombas, Rellerindos, Pelón-pelo-rico, Skwinkles y otras porquerías.

A partir de ese día tuvieron más controlado su acceso de dulces picantes, Pedro por supuesto encontró la forma de engañar a su abuelo, le gustaban las paletas de cereza, Tutsi-Pop se llamaban; las abría de tal manera sin romper la envoltura por completo para que dentro de esta pusiera un polvito de chamoy, cada vez que metía la paleta en la envoltura esta quedaba espolvoreada y se la llevaba otra vez a la boca. Los labios le quedaban coloreados de rojo pero antes de que su abuelo pudiese decirle algo, él se adelantaba y le regalaba una paleta mientras decía "No son de chile ¿ve? es cereza abue". El chiquillo se preguntaba desde que momento se le hizo tan fácil el mentir para beneficio propio, a decir verdad, le avergonzaba un poco.

—Deja eso Pedro, te comportas como un niño —le dijo Itzel fingiendo desinterés en las decoraciones y acomodando la compra del supermercado en el carrito.

Soy un niño y tú también, pensó.

En realidad lo eran, recién habían cumplido 13 años en septiembre. Sí, habían crecido sin sus padres, al cuidado de sus abuelos nunca les faltó nada, pero cuando su abuela falleció Itzel decidió que era "momento de madurar". En opinión de Pedro cocinar, lavar la ropa y hacer los mandados no les impedía en lo absoluto seguir siendo niños, mostrar interés en los juegos y juguetes era parte de ello, pero parecía que todos a su alrededor seguían recordándole que debía dejar eso atrás. Itzel, los chicos de la escuela, Alfred...

No le contestó nada, aprovechó que su hermana le estaba dando la espalda en ese momento y le tiró una araña que parecía estar hecha de gelatina en el cabello, por lo que la chiquilla al sentirlo en la cabeza pegó un grito que atrajo las miradas hacia ella. Apenada se quitó el bicho del cabello y le dirigió una mirada a su gemelo en la que se leía claramente "Espera a que lleguemos a casa jovencito".



La tarde era bonita y ambos chicos se dirigían rumbo a su casa con las compras, cuando una ráfaga de aire frío les alcanzó.

—¿Sentiste eso? —dijo Itzel con una sonrisa traviesa.

—Obvio.

Sin embargo su hermana seguía observándole.

Nervios RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora