Primer día de instituto en Washington. Mis padres se mudaron hace dos meses a esta sarafastrosa ciudad, dejando toda mi vida en Cáceres. Mis amigos, demás familia, vivencias y... A Jeffrey...
Me gustaba mucho y, sin embargo, tuve que dejarlo atrás. Lo echaré muchísimo de menos, a todos, pero no puedo hacer nada. El trabajo de mis padres siempre va por delante de todo lo demás.Una vez delante de la entrada, nerviosa, dudé entre si entrar o dar media vuelta y largarme de allí, como la cobarde que soy. Al final, me armé de valor y tras tomar una gran bocanada de aire, me atreví a cruzar la gran puerta. Nerviosa, caminé por los pasillos, esperando que todos me miraran y cuchichearan sobre mí, sobre la niña nueva, pero eso jamás pasó. Todo el mundo siguió con lo suyo. Hablando con todos sus amigos, como si no los hubieran visto en todo el verano, aunque hubieran venido juntos a la escuela.
Fui a dirección y me proporcionaron un papel con toda la información que necesitaba para mi primer día: un plano con la localización de cada clase, la ubicación de mi taquilla, su respectiva contraseña por defecto, mi tutor...
Me dispuse a caminar hacia mi taquilla, A105, quinto pasillo. Puse la contraseña y no se abrió. La volví a poner, nada. Estuve forcejeando con ella, pero en ningún momento se doblegó. Esa maldita taquilla... Me separé un par de pasos y la observé durante dos segundos. Se abrió de literalmente de un puñetazo. Observé de quién era ese puño y vi a un chico, a mi parecer, muy bien plantado. Tez morena, cabello oscuro, facciones relativamente finas, sin dejar de ser firmes y los ojos más grandes y bonitos que había visto en toda mi vida. Aún así, por muy guapo que fuese, su insubordinación me pareció extremadamente vulgar.
-- ¿Y tú eres...? -- Pregunté cruzada de brazos, mirándole con una ceja levantada y una actitud defensiva.