II

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El pueblo se inclinaba ante su nuevo rey, quién caminaba entre ellos vestido ahora con ropas blancas y plateadas, observando con el mentón en lo alto mientras tomaban su mano y besaban su piel con aquellos labios resecos del hambre, del horror y del dolor. Nunca jamás creyó que esos hombres lo adoraran tal cual dios cuando en un principio, si apareciera con arapos sucios, le echarían del lugar tal cual perro hambriento. La desesperación en sus rostros no le causó algún remordimiento, pero cuando algunos le miraban con temor, de ellos si se jactó con apetito.

Salió de la muchedumbre, yendo directo hacia su hermoso dragón, quién lo esperaba en la entrada del pueblo. Se montó con cuidado sin importarle las miradas de asombro que le seguían.

—¡Todos! ¡Esparcid el nombre de su rey por cuantos puedan! ¡Hablen de su bondad para con vosotros!

—¡Larga vida al rey Kim Seokjin!

Gritó alguien entre los rostros sucios, seguido de un coro que le enchinó la piel a más de alguno entre los habitantes.

—¡Larga vida al rey!

Una vez montado, el enorme dragón blanco extendió sus alas, moviéndolas de arriba hacia abajo, levantándo una gran capa de polvo, haciendo temblar a todos los pueblerinos, quienes buscaron un lugar donde refugiarse.

No le importaban, esa era su realidad.

Aquellas hormigas que corrían de un lado a otro, clamando su nombre solo le provocaban asco. Daba gracias al aire golpeando sus mejillas para no vomitar tras el sin fin de recuerdos arremolinándose en su cabeza. Desde las blasfemias hasta los golpes que alguna vez lo dejaron inconsciente ¿Cómo podrían ellos compensar todo su dolor? No habría forma alguna en que pudieran disculparse y reparar todo el dolor que fracturó su alma.

Por un momento pensó que ni era digno de tener a Coatzal a su lado por el rumbo equivocado que tomaban sus pensamientos, aquellos crueles que imaginaban con sentir la sangre tubia de sus verdugos, bailar en la melodía formado por los alaridos de aquellos sin vergüenzas. Era como si la venganza en su interior tratara de beber su sangre para reemplazarla con el coraje equivocado hacia su objetivo.

Kim Seokjun.

Ese maldito era el causante de todas sus desgracias desde el primer momento en que vio la luz, porque le robó el amor de su madre, la mujer que soportó tanto dolor para traerlo al mundo. Quizá solo estaba enfocándose en un pasado que no importaba en ése instante, solo bastaba cerrar los ojos por un momento y relajarse. Era un nuevo renacer y el sinfín de pensamientos volviendo a su mente le atormentaba tal cual mortal.

Cruzando las fronteras del Este, pronto notó las enormes montañas cubiertas de mantos blancos que lo hacían un clima frío, incluso la nieve parecía volar de un lado a otro. Era una suerte que cargara sobre sus hombros su grueso abrigo de piel que tomó de entre las tantas ropas finas del ahora ya muerto, Kilm Turn.

A decir verdad, se sentía asqueado tener que usar ropa de hombres ignorantes. Era como estar bajo su piel, el cual le haría convertirse en un verdugo de inocentes, aunque en la faz de la tierra no había alma más pura que el de los animales, los únicos seres que se tomaron el atrevimiento de ver por sus preocupaciones cuando era solo un simple mortal. Aquellas creaciones no tendrían la culpa de que pronto tomara la decisión de exterminar a todos aquellos malditos con disfraz de oveja sin rebaño.

Su mano derecha dejó de sostener la espina de Coatzal para acariciar las escamas tornasol, jugando anser moradas o azules, haciendo deslizar sus dedos por todo el lomo, sintiendo la felicidad que provocaba aquella simple caricia en todo su cuerpo gracias a la conexión de sus cuerpos.

DRAGON KING【TAEJIN】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora