En los pueblos nunca pasa nada

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Clara tenía 30 y pico y decidió salir de viaje. Era la primera vez en su vida que se iba tan lejos sola y la verdad es que lo extrañaba, lo extrañaba mucho, habían pasado ya varios meses y no podía dejar de pensar en él. Por eso decidió irse, tomarse unos días en calma, lejos de sus amigos que también eran amigos de él, lejos de su familia que no dejaban de demostrar cuánta lástima les daba verla así.

Un micro la dejó en la terminal y un remís tuvo que recorrer bastante para llevarla hasta un pueblito lejano, en donde planeaba pasar una semana tranquila, tomarse un tiempo para estar solas, reencontrarse y porque no? escribir ese libro de poesías que siempre había estado pendiente. Iba a tener tiempo de sobra porque estaba en un pueblo y en los pueblos nunca pasa nada.

Se instaló en una casa muy chica, un monoambiente con muebles viejos, con ventanas y una puerta que daban directo a la vereda. Preparó un mate, había anochecido ya hace una hora, hora y media quizás. Salió afuera y vio que la gente no guardaba sus autos, probablemente, si agudizara más los sentidos, si saliera a recorrer vería que tampoco guardan demasiado las bicicletas. - ¡Qué maravilla! - pensó.

Lo más lindo era sin dudas la plaza que tenía enfrente de su departamento, aunque el pasto estaba crecido, se la veía muy adornada y bastante poblada de juegos. Había bancos de cemento y distribuidos por el predio y hasta altas horas de la noche vio correr por el perímetro decenas de personas- quizás un día de estos puedo ir a correr yo, o sentarme a tomar unos mates en el piso- pensó. Pero cuando el muchacho de la rotisería llegó con la pizza sus planes cambiaron y volvió a su departamento.

Así comenzó un incesante zapping sin nada que la convenciera bastante, hasta terminar viendo una drama romántico que ya había visto reiteradas veces en el pasado. En un momento sentí sueño, pero no podía dormirse, no. Había imaginado este momento mucho tiempo y aunque había jurado que no lo iba a hacer estaba dispuesto hacerlo, porque cuando uno se siente mal no hay peor tortura que poner música que te haga sentirte peor aún, pero para algunas personas como Clara es inevitable.

En una situación como esa quizás su abuela hubiera evocado una carta de amor del pasado, con tintas ya devoradas por el tiempo y hojas amarillentas. Quizás su madre podría volverse melancólica con fotos analógicas, incluso digitales. Ella en cambio tenía en su celular mucho más que eso. Imágenes de él, capturas de pantallas, audios con su voz, conversaciones enteras. Se preguntó cómo pudo pasar, cómo pudo perder, en qué momento ocurrió. Tuvo ganas de llorar, hasta llegó a pensar que sería lo correcto, como una forma de desahogarse, pero las lágrimas no salieron.

De pronto, escucho aquel ruido metálico. Era imposible, pero tomó el celular para ver la hora y lo escuchó de nuevo. Era imposible, eran las tres de la mañana, ese ruido no podía venir de ahí. Esta bien que era un pueblo y que en los pueblos nunca pasa nada, pero ese ruido de cadenas friccionando solo podía ser una cosa. Tuvo la certeza en ese instante, alguien se estaba hamacando en la plaza de enfrente y el sonido no cesaba.

Se acercó a la ventana y la vio. La hamaca se movía sola. Entre el ruido de los hierros también arreciaba el viento, quizás una tormenta se avecinaba y decidió salir a tomar aire fresco. Salió a la vereda y sus pasos la llevaron intuitivamente a cruzar la calle de tierra en dirección a la plaza, no puso llave porque estaba en un pueblo y en los pueblos nunca pasa nada.

Cuando pisó el césped de la plaza, aún muy lejos de aquel sonido metálico, tuvo un escalofrío. Sintió un dejo de cobardía, de tan solo pensar que el viento no era tan fuerte como para mover de esa manera la hamaca, sobre todo teniendo en cuenta que justo al lado había otra igual que apenas se deslizaba. Como un reflejo, giró la cabeza sobre sus hombros y miró hacia atrás, hacia el departamento, tan solo unos metros la separaban de su lugar seguro, pero para ella parecían kilómetros, así que decidió seguir avanzando.

A medida que se acercaba la hamaca iba perdiendo velocidad como sí el viento soplara menos fuerte y se fuera deteniendo, pero al llegar a ella aún continuaba en movimiento.

Comenzó a hamacarse sin dejar de ver a la otra hamaca, esa que seguía sin movimiento. Clara comenzó a tomar velocidad e impulso con los pies, comenzó a elevarse cada vez más mirando ahora fijamente las estrellas, quería tocarlas, por primera vez se sentía que no estaba sola, al contrario era libre, sentía el viento en el cuerpo que le pegaba hasta volverse frágil. Dejó de sentir la fuerza en sus brazos y cerrando los ojos abandono todo movimiento hasta que el columpio se detuviera.

Mientras la hamaca se detenía se imaginó a una imagen de sí misma sentada allí, como un espejo y al abrir los ojos vio que su cuerpo se alejaba del lugar en dirección al departamento. Quiso decirle algo su propia persona, reclamarle por qué la estaba dejando allí pero los sonidos no salían y veía cómo aquella figura que tantas veces se reflejó en un espejo ahora se hacía cada vez más pequeña hasta cruzar la calle.

Clara tardó un par de minutos en entender que nadie podía verla ni escucharla. Tardó mucho menos en descubrir que su alma, su esencia o su espíritu no podía abandonar la plaza, era como si una fuerza la retuviera.

Al día siguiente vio como su propio cuerpo abandonaba el departamento y se iba nuevamente en un remis para no regresar jamás.

Clara tardó un par de días en entender que todos en el lugar sabían lo que pasaba y solo había una forma de poder volver a tener un cuerpo y poder marcharse para siempre. La temporada de verano se acaba y necesitaba que alguien, algún turista alguna noche perdida en que ya no quedara nadie en la calle, se sentara en la hamaca, de manera distraída y sumamente confiada pensando que estaba en un pueblo y que en los pueblos nunca pasa nada.

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⏰ Última actualización: Nov 04, 2020 ⏰

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