-Pero yo no te amo-le explicó una vez más.
Pareciera que realmente la chica era tonta. Eso o era sorda. Tan sólo la había conocido un par de días atrás, la había visto en la playa mientras él observaba el atardecer y ella ya se había enamorado perdidamente de él.
Le tomó las manos y la observó fijamente. Algo en ella le parecía realmente extraño. Esos exóticos ojos verdes habrían cautivado a cualquiera, al igual que el rojo intenso de sus labios y las facciones suaves de su rostro. Cualquier hombre en su sano juicio jamás la habría rechazado. Pero por alguna extraña razón él lo hizo.
-Mira...eres muy hermosa y todo pero...yo no siento nada por ti, ¿ya?-la chica ya empezaba a hartarlo.
-Pero... ¡yo te amo! Y tu deberías de amarme, también ¿Por qué no me quieres?-lo observó tan inocentemente que casi creyó que también tenía que quererla.
Ella se inclinó un poco como si quisiera besarlo, y ya que eso era lo que iba a hacer, él la apartó bruscamente, casi empujándola. ¿Qué quería ella de él? Buscando un poco de ayuda, se atrevió a apartar la mirada hasta que vio una sombra que se escabullía por el camino. Casi sentía saber quién era. Pero, un poco antes de donde había desaparecido, divisó una mancha blanca en medio del pasto. Algo lo incentivaba a ver que había escrito en ese trozo de hoja blanca. Miró a la chica que lo observaba, perpleja, y miró esa mancha blanca perdida en el pasto. No se lo pensó dos veces y corrió a ver el mensaje en esa hoja. Lo abrió cuidadosamente. A penas leyó las únicas palabras que estaban impresas en el papel con una delicada caligrafía, se le vino a la mente un recuerdo, un chico de facciones delicadas, piel de casi el mismo color del papel, unos atractivos ojos azules y el cabello más hermoso que jamás había visto, pequeñas ondas que al sol brillaban como oro puro. Lo había visto, esa misma mañana él había intentado decirle algo importante. Supuso que era importante ya que le temblaba el labio inferior y se sonrojaba cada vez que se ponía nervioso. Era algo que él ya le había visto hacer, y le encantaba.
¿Pero en qué estaba pensando? ¿Él no debía pensar así de un chico, o sí? No debía, pero sí que podía. En el momento en que leyó esa carta, extraños sentimientos que llevaba tiempo ocultando, empezaron a aflorar. No podía quitarse de la cabeza esa cautivante sonrisa, pero más cautivantes eran los labios del que poseía esa maravillosa sonrisa.
Lo sabía, había sido él la sombra que se había escabullido por el camino. Seguramente él llevaba esa carta para entregársela, pero al ver que él y esa chica tonta estaban tomados de las manos...Oh, no. ¿Qué había hecho? Tenía que encontrarlo rápidamente. No quería ni imaginar que en sus mejillas, que horas antes estaban sonrosadas, ahora corrían lagrimas. ¡Y todo por su culpa! Si él no hubiera estado tanto tiempo con esa chica, las cosas en ese momento serian distintas.
Soltó la carta y salió corriendo en pos de él. Entre bellas letras se leía claramente el mensaje que llevaba el papel, "Te amo".
¿Dónde estaba? Pensó. Hace 6 años ambos vivían en la misma ciudad, él solía verlo bastante seguido en la playa o en los tejados de las casas. El atardecer. Eso era. De pequeño a él siempre le había gustado ver como se ocultaba el Sol en las olas del mar. Lo sabía, ya que aunque no quisiera admitirlo, siempre se había sentido atraído hacia él, y siempre observaba todo lo que hacía. Recordaba que lo más le gustaba era ver como él se quedaba horas y horas observando el atardecer, mientras sus colores se reflejaban en su cabello y en sus ojos, y, al mismo tiempo, los últimos rayos del Sol brillaban en sus labios. Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo había visto así.
Cuando llegó a la playa, lo encontró tal como esperaba, se veía de la misma forma que años atrás, salvo que esta vez el Sol no solo brillaba en sus labios, sino también en sus lágrimas. No sabía qué hacer ni qué decirle así que se limitó a observar también cómo el Sol se escondía tras el mar.
Una vez el Sol se hubo ido por completo, una leve brisa hizo que el cabello de él se revolviera levemente, lo que provoco que un agradable aroma llegara hasta él. Se sentía tan embriagado por este olor, que perdió el equilibrio por un momento y una roca rodó de debajo de su pie. Al instante, él giro su cabeza. Lo había descubierto. Vio que sus ojos estaban enrojecidos a causa de las lágrimas que aún quedaban en sus mejillas.
-¿Qué haces acá?-preguntó. En su rostro había una expresión de alivio, pero a la vez también de enfado. Supuso que no quería verlo, y entendía de sobra sus razones. Él le había roto el corazón, por mucho que no haya sido intencional, lo hizo de todas formas.
Él estaba muy enojado, se le notaba en la mirada, se paró y le dirigió una mirada gélida, una reacción muy extraña en él. Parecía como si fuera a golpearlo.
-Te pregunté algo- reiteró. No soportaba verlo así, sufriendo tanto por su culpa. Casi sin darse cuenta, se acercó a él y lo abrazó. Era lo mínimo que podía hacer después de todo el daño que le había causado.
-Vine a buscarte-le respondió-Perdóname, por favor perdóname por todo lo malo que te he hecho...-murmuró. No sabía de qué otra forma podía pedirle perdón hasta que se dio cuenta muy tarde de lo que estaba haciendo. Rápidamente se acercó hacia él y posó suavemente sus labios sobre los de él. Un beso tan suave y ligero como una pluma.
Él, incrédulo y sorprendido por lo que había hecho, se apartó un poco.
-¿Tu...me besaste?-su labio inferior temblaba, otra vez-¿S-sabe tu novia que estas aquí?
-Ella no es mi novia-le respondió, tranquilamente-Ya te dije, vine por ti-se permitió sonreír frente a él.
Él lo miraba aún con un poco de inseguridad, pero le devolvió la sonrisa. Al igual que siempre, él se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. Le fascinaba cuando hacía eso.
-¿Así que...leíste mi carta?-preguntó. Sus mejillas volvían a teñirse de rosado, se había sonrojado.
-Por supuesto que sí-clavó su mirada en sus ojos azules, un color tan intenso que era casi imposible no quedarse fijamente viéndolo. Se acercó con cautela, sin saber si esta vez él dejaría que lo besara. Estaban tan cerca que podían sentir los latidos del otro. Él entrelazo sus manos por detrás de su cuello y acercó su boca a la suya.
-Te amo-dijeron al unísono antes de que sus labios se sellaran en un beso.
Después de tanto tiempo, por fin podían estar juntos. Ambos sentían como si flotaran en los brazos del otro. Estaban hechos para amarse, el destino los había unido.
En medio de la noche hay dos siluetas recortadas por la luz de la Luna, las dos almas se funden en una sola, un solo beso. Y sólo las estrellas fueron testigos de su amor.
FIN