Baby D.
Las burbujas volaban frente a su nariz, cada una de diferentes tamaños. Llevaba horas en el patio con sus amigas haciendo burbujas o guerras de agua. Algo tipíco en Julio en los Estados Unidos en los años 50. El calor era insoportable y como típico de Texas, en todas las casas se preparaban para una parrillada típica. Los niños corrían con lo cohetes en las manos persiguiendo a sus hermanas.
Era una buena película para un día nevado en Columbia Británica en el moderno año 2015, sus ojos buscaban algo divertido que ver y disfrutar. Pero en cierto modo, era imposible. No había internet, no había vecinos y su profesor privado no podría llegar por la reciente tormenta de nieve. Suspiró mirando su celular, lo cuál era estúpida porque solamente tenía 4 números. Mamá, papá, bomberos, policía. Nada más.
Estaba aburrida, triste y enojada. Aburrida porque no había nada que hacer, triste porque no tenía alguien a quien visitar y enojada por ser abandonada en medio de una tormenta de nieve por sus padres. ¿A quién se le ocurría? A sus padres.
El timbre sonó repetidamente, se levantó preguntándose que hacía alguien en a lo más este las Islas de Vancouver, en medio de una tormenta de nieve. Cuando se pusó de puntitas para ver quien era solamente pudo ver unos grandes y hermosos ojos. Abrió la puerta, el aire frío y la nieve impactó con su cara.
— ¿Puedes ayudarme? — El extraño preguntó, ella asintió y le invitó a pasar, aunque varias veces su madre le había prohibido eso. No, ella tenía que ayudarlo. No era tiempo para abandonar a los extraños. — Ahora cállate. —
¿A quién había dejado entrar a su casa? La respuesta es que esa persona, no era un extraño bueno.
