La vida era, simplemente, aburrida. Aunque esa palabra dejó de utilizarse hace mucho tiempo y, de escucharla, seguramente no sabría el significado. Cualquier sentimiento había sido eliminado tras la última devastadora guerra, una modificación genética que, en pocas ocasiones, fallaba. Akutagawa Ryunosuke era parte de ese fallo, una de las pocas personas que podían sentir felicidad o tristeza, que tenía ganas de sonreír ante una ocurrencia o, simplemente, ganas de llorar tras un día realmente estresante.
Se había dado cuenta de ello pronto, y en el fondo sabía que sus padres también lo sabían. A sus diez años, tuvo una rabieta por alguna razón que ni siquiera recordaba ya. Su madre le enseñó que no debía mostrar aquello, como si fuera un pecado que lo llevaría a la muerte, y así lo había creído siempre. Con un rápido e inesperado golpe en su mejilla, el llanto cesó por la sorpresa. No sabía qué le había llevado a su madre a esconderle, quería creer que en el fondo aún podía sentir amor, que su madre lo quería tanto que no se atrevió a entregar a su hijo de diez años a las autoridades para eliminar aquel error social. Era complicado contenerse, sobre todo ante el estrés que le provocaba verlo todo igual, que todas las personas eran una réplica de lo anterior. No podía imaginarlo, ¿cómo se podía vivir sin sentir? Para él era casi una tortura tener que esconderse.
Aquella tarde, volviendo de la escuela, sintió unas irremediables ganas de sonreír. Era una escena divertida, como aquel hombre había tratado de no caer e, irremediablemente, se había caído de bruces. Era divertido, por muy malo que se sintiera al reírse de alguien. Su boca tembló, una leve mueca apareciendo en su rostro que alguna vez fue conocida como una sonrisa pronto desapareció. Confió en que nadie lo había visto, todos demasiado ocupados en cumplir con lo obligado y comprobar que el ciudadano no se había herido. Akutagawa observó a su alrededor, aliviado de no tropezar con ninguna vista clavada en él.
Al principio.
Hizo contacto con otra persona, un chico, que lo miraba directamente a los ojos. Era serio, como todas las demás personas, sin mostrar ni un solo sentimiento. Akutagawa apartó la mirada, con cierto temor a haber sido descubierto, y continuó su camino a su hogar. Fingiría que no había pasado nada, con un poco de suerte ni había notado la mueca a esa distancia.
Sin embargo, supo que aquel chico le seguía. Lo vio de reojo, caminando con parsimonia para no delatarse. Si trataba de huir y se notaba demasiado, estaría muerto. Debía llegar a su casa a un paso horriblemente lento, no mostrarse nervioso.
Se detuvo en el paso de peatones, el chico se detuvo a su lado. Akutagawa trató de respirar con normalidad, era probable que fueran al mismo sitio. Miró de reojo al chico, el pelo color blanco cortado de una forma curiosa que Akutagawa no notó en su nerviosismo, descubriendo que el chico miraba de reojo a ambos lados, casi como si estuviera comprobando que no había nadie cerca.
—Hay un lugar para gente como tú, como nosotros—susurró el chico, Akutagawa no fue capaz de ocultar su sorpresa durante un escaso segundo. El chico sonrió, era la primera vez que Akutagawa veía una sonrisa que no fuera la suya reflejada en un espejo—. Coge esto, espero verte.—Akutagawa tomó lo que, con cuidado, el chico le había pasado. Miró a su alrededor, asegurándose que nadie le había visto hablar con el chico. El semáforo se puso en verde para ellos, Akutagawa iba a hablar al chico pero este ya se había separado y volvía a aquella realidad.
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Distopía |Shin Soukoku|
FanfictionEl ser humano ha sido modificado genéticamente para no sentir emociones, con el fin de evitar una nueva guerra. Considerándose una enfermedad el simple acto de sonreír, Akutagawa pronto se da cuenta que no es como los demás.