CAPITULO 2

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La profesora entró con unos folios parecían permisos para algo, normalmente en Madrid si un profesor entraba en el aula con unos folios, era para darnos la buena noticia de que algún profesor no iba a asistir a primera hora de clase.

– ¿Marta que es eso que llevas en las manos? –preguntó Luz. –Son permisos para una salida de patinaje sobre hielo –anunció repartiendo los folios – ¿Belinda has patinado alguna vez?

No –susurré. La idea de patinar no entraba en mis planes. –¿Patinarás con nosotras? –me preguntó Thani. –Nunca he ido a una pista de hielo, si patino haré el ridículo y está claro que no quiero hacerlo –encogí el labio inferior entre los dientes.

–Chicas, chicas lo que os quería contar, el viernes van a repartir piruletas y rosas un día antes del catorce ya que cae un sábado, así que he pensado que podríamos apuntarnos unas a otras –Cris propuso.

–Sí, lo he visto. Me parece bien –opinó Luz–. Entonces, pues el trece traemos el dinero, bueno cada una traerá un euro. Las rosas valen tres euros y las piruletas cincuenta céntimos, todavía hay tiempo. Aquella misma noche mamá me había firmado la autorización, aunque tenía la esperanza de que pusiera pegas como lo hacía en todas las excursiones en Madrid y darme la oportunidad de no ir, pero no lo hizo, la firmó sin pedir mi opinión. Al día siguiente cogí la línea dos hasta la parada que me llevaba al instituto. En frente del instituto se encontraban Thani, Luz y Cris junto a los demás compañeros.

–Hola chicas –me acerqué a ellas.

–Hola Belinda ¿no vas a patinar verdad?  –Luz me preguntó insistente.

–No, no patinaré ¿estamos esperando el autobús?

–La pista está aquí al lado –me contestó Cris–, en la plaza Porticada, esperamos al profesor… Ahí viene. Al llegar a la pista estaba repleta de personas alrededor que hacían fotos. En la pista habían dos monitores y en el mostrador otros dos. Los alumnos se dirigían al mostrador para coger los patines y dejaban los zapatos en su lugar. Había un monitor que repartía un par de plásticos para que no se les enfriaran los pies.

–Podéis entrar en la pista, pero en la misma dirección y al que vea patinar en dirección contraria saldrá de la pista –gritaba unos de los monitores que se encontraba en la pista mientras entraban los alumnos.

–Belinda, si cambias de idea le pides los patines al monitor –Thani se empecinó en involucrarme con ellas en la pista.

–Vale –me senté en el último banco que depositaba mi espalda en la pared, en la esquina, para protegerme del frío en vano, subí los pies en el banco de madera protegiendo mi rostro con mis rodillas, sabía que lo del patinaje iba para mucho.

-Hola –escuché un susurro muy cercano a mí, alguien estaba hablándome después mis múltiples cambios de posición en las últimas horas en el mismo banco. Alcé la vista para ver quién se interesaba por mi incapacidad de no poder patinar, era un chico, seguro que del mismo Santa Clara, parecía haberse alejado de un grupo de adolescentes, había reconocido a algunas amigas de Amanda que precisamente en este instante me miraban con recelo, le reclamaban, venía con los patines colgados de los dedos, se habría dado por vencido en el hielo. Me miraba sonriente, casi fruncí el ceño para alejarle de mí y que siguiera con su camino cuando mis ojos se toparon con sus pupilas de color ocre y un tono verdoso que se enredaba en el iris, se hallaban tras unas largas y oscuras pestañas llamativas, los observé adentrándome en ellos contemplando toda su vida,  pude ver claramente lo que ocultaba, una gran tristeza, le sentí muy solo, las arrugas que afloraban en los ojos al esbozar una sonrisa no se le hacían notar a pesar de que la suya era lo bastante extensa como para arrugar su rostro, me sentí identificada con su persona, –como si al mirarnos nos confesáramos aquella angustia que llevaba perdida en nuestras entrañas–, ya me había visto ese rostro alguna vez frente al espejo. Su rostro adulto se volvió infantil, pude sentir que desde su infancia su vida le había resultado ser una carga pesada, un pequeño nudo se me hizo en la boca del estómago, lo aproveché para romper mi concentración, no quise seguir buscando en sus ojos, era demasiado desalentador para mí, sentía que invadía su intimidad, como si abriera su pequeño baúl de recuerdos, o sufrimientos desde mi punto de vista. Tendría sus dieciocho años ya cumplidos, las facciones de su semblante eran perfectas, su nariz era suave y firme, sus labios albergaban un toque rosado que se asemejaba al rojo, tenía el pelo corto, excepto por encima, esos cabellos más largos que el resto que se alzaban en punta algo desordenados,  alguna tenía que haber perdido la cabeza por él, alguien así no pasaba desapercibido, tendría  un millón de admiradoras. Era muy guapo, y modesto, me sorprendió que tuviera las dos cosas a la vez.

DOSIS DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora