Cronicas de Marioneta

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Esta historia comienza en Canadá, durante el invierno, cuando un solitario caminante quiso tomar un atajo por el bosque para volver a su hogar.

Se llamaba Mino de Virella y a pesar de su nombre rimbombante era un tipo bastante común, altura media, cabello color zanahoria, en su corta vida había sido conocido con esos apelativos de consolación que adornan a los que nunca destacan: buen hijo, buen hermano y buena persona; después de un rato casi trotando por el sendero y con la luz del día menguando, trato de ver la hora y el reloj se le cayó de las temblorosas manos.

-Demonios-resoplo, se agacho para recogerlo y observo que las manecillas ya no se movían-lo que me faltaba...-se metió el reloj en el bolsillo y estaba por reemprender la marcha cuando un sonido lo retuvo, a lo lejos un llanto perturbaba el silencio del bosque.

Desconcertado, busco el origen del ruido subiendo por un lado del sendero, a cosa de cinco o seis metros diviso la silueta de un hombre con algo en brazos, el desconocido parecía extraviado, camino unos pasos antes de depositar el bulto que llevaba junto a un árbol, el bulto lloro más fuerte al entrar en contacto con la tierra helada y entonces Mino comprendió lo que ocurría.

-¡Oiga!- grito, corriendo hacia el árbol.

Todo ocurrió en un instante, grito y el extraño se puso en pie de un salto, miro en dirección y Mino distinguió a medias un rostro cansado con una ceja partida, en fracción de segundos salió corriendo y se perdió entre el bosque antes de que Mino cubriera los seis metros hasta el árbol; hubiera querido perseguirlo pero debía preocuparse por el bulto.

-Esto es imposible-se dijo al levantarlo, una gruesa manta envolviendo a un pequeño bebe-ya estás seguro, ya estás bien...

Lo descubrió un poco para verle la cara, tenía el cabello castaño y los ojos fuertemente cerrados pero al sentir la cálida mano saco los bracitos y se abrazo a ella, Mino sintió que algo se le atravesaba en la garganta, ¿en qué mundo disparatado vivían que se podía dejar a un niño solo en la nieve?; Miro alrededor esperando detectar un ruido o sombra que le indicara que había sido del otro hombre pero ante el silencio apretó al bebe contra su pecho y regreso al sendero, debía apresurarse, llegaba la noche y a su alrededor la nieve caía lentamente.
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Mino vivía con su madre, una mujer mayor y de hábitos reposados, estaba tejiendo junto a la chimenea cuando oyó golpear la puerta.

-¡Mama!, ¡Abre, de prisa!

Se asusto, su hijo tenía una llave propia, pero se asusto más cuando abrió y este entro casi derribándola, llevaba algo en las manos.

-Llama al doctor Leizy- le dijo sin detenerse.
-¿Al doctor?, ¿Por qué?
-No hay tiempo, llámalo.
-Mino, ¿Qué esta...eso es un bebe?
-¡Mamá!
-¡Esta bien, ya voy!-tomo el teléfono y hizo la llamada mientras miraba asombrada al bebe que Mino había dejado sobre la mesa del comedor.

El Doctor Leizy era el médico del pueblo, tenia veinticinco, era medio Alemán, medio canadiense, educado en Estados Unidos, la verdad nadie comprendía que hacia ejerciendo la medicina en aquel pueblito pero sin duda era un profesional y todo el mundo le apreciaba; llego en cosa de diez minutos, tiempo que la madre de Mino ocupo en poner tibio al bebe, este resulto ser un niño y tenía unos ojos tan claros que casi parecían blancos, los movía de un lado a otro sin enfocar nada en particular.

-Creo que tiene algo en los ojos-opino Mino con preocupación.
-Yo también lo creo-corroboro el médico, saco un encendedor y lo paso frente a su carita, el bebe reacciono mirando no la luz sino el borde de la mano y solo por un segundo-esto es inusual, ¿dices que quien lo dejo era un hombre?
-Definitivamente, ¿está todo en orden?
-Te diré...no hay síntomas de hipotermia y tampoco tiene fiebre, su pulso es normal, debe tener como un año de edad, esta algo desnutrido pero no es nada que una botella de leche no arregle.
-En el acto-dijo la mamá de Mino, llegando con un biberón, levanto al niño en brazos y se lo llevo junto a la chimenea.
-Se ve bastante sano-siguió el médico como hablando para sí- pero esos ojos...
-¿Si...?
-No quiero adelantar juicios pero...creo que está ciego-Mino lo miro boquiabierto-llévalo a mi consultorio mañana, allí podre confirmarlo y también llama a la policía-recogió sus instrumentos-no ahora, mañana, hay que hacer un boletín y buscar a su familia.
-Pero el hombre...
-Nadie te asegura que fuera su padre.
-Cierto, un padre no haría algo así.
-Pasan cosas muy triste en el mundo, Mino-se dirigió a la puerta-buenas noches.

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