A VECES, ES MEJOR DEJARLO MARCHAR

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Cuando le conocí, pensé que estaríamos siempre juntos. Me enamoré de él, se enamoró de mí, nos convertimos en uno, y fue maravilloso. 

Os voy a contar el final... Nos queríamos tanto que al final se terminó. Pero no vengo a contaros lo cruel que fue conmigo, las mentiras que me coló ni los ramos de flores que me enviaba para pedirme perdón. No voy a deciros eso, porque nunca pasó. Él fue mi primer amor, mi primera vez en todo, y nunca podré odiarle.

¿Sabéis esa frase que se dice en las películas y que los espectadores odiamos? "Te quiero tanto, que necesito dejarte marchar para que seas feliz" ¡¿Perdona?! Esa ha sido siempre mi reacción cuando el protagonista soltaba esa frase, pero quien me iba a decir que eso me pasaría a mí. Aunque no le culpo, no tenéis que odiarle, él me dejó porque yo no me atrevía a hacerlo, porque siempre supe que no sería capaz, y él también lo sabía. Él solo cumplió su palabra "si algún día dejas de ser feliz, tendrás que ser capaz de dejarme, y si no puedes, yo lo haré por ti"... Y así fue. Y como dolió. Y como lloré. Y como lo busqué. 

Ocho años estuvimos juntos, y para mí fue toda mi vida. Empezamos muy jóvenes, con tan solo 15 años, sin pensar si llegaríamos a algo más, pero sucedió y nos dejamos llevar, día tras día, año tras año. Éramos bastante distintos, pero las cosas en las que coincidíamos era lo que nos hacía invencibles. Sé que los dos nos quisimos como mejor supimos, que siempre nos quedará un cariño especial por todo lo vivido, que él se acuerda de mí y que yo me acuerdo de él, que los dos nos hemos preguntado si de verdad aquello fue lo correcto, y que si nos volviéramos a ver sería como si nada de esto hubiera pasado. Y sé, que quien esté leyendo estas palabras se estará preguntando el por qué, pero ni escribiendo una trilogía sería capaz de explicarlo. Tendréis que conformaros, por el momento, con saber que los buenos hombres existen, que fuimos felices y que aprendimos a amar, pero que a veces necesitamos más de lo que nos pueden dar y cuando esa necesidad llega a un límite, no nos deja sentir esa felicidad que deberíamos. 

Y que a veces, es mejor dejarlo marchar.


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