Pocos días después, ya era hora de volver a casa. Las cosas habían estado como locas en el hospital y no había tenido ni un minuto a solas con Sheena para hablar con ella, a pesar de que no se había ido de su lado ni por un momento.
Parecía cansada y él no quería presionarla demasiado, aunque la necesidad de hablar crecía con fuerza en él.
Jace conducía su coche para llevarlo a casa y Sheena estaba sentada en el asiento del copiloto, inquieta.
Él no pudo evitar sonreír.
Ella no lo sabía aun, pero era completamente suya a partir de este momento. Se vendría a vivir con él. Había conseguido que Jace trajera sus cosas y lo tuviera todo preparado para hoy.
Esta vez, él no iba a dejarla ir.
Todo el nerviosismo que sentía siempre alrededor de ella, se había ido. En su lugar, se sentía como él mismo, él de siempre. Confiado y fuerte. Y determinado.
Todas las pruebas habían demostrado que estaba bien e incluso su pierna la tenía casi completamente curada. Pronto le quitarían la escayola, y dejaría de usar las muletas. Por fin estaba de lleno de energía y tenía la intención de ponerla a buen uso.
Sheena miró de nuevo hacia atrás y se sonrojó cuando lo sorprendió mirándola. Damian le guiñó un ojo y sonrió, obviamente pillándola con la guardia baja. Su rostro mostro sorpresa, hasta que su sonrisa tímida hizo acto de presencia.
Dios, pero que bien sentía esto de no actuar como un tonto en su presencia.
Llegaron a su casa poco después y Jace le ayudo a salir del coche mientras ella miraba a su alrededor con curiosidad. Sheena nunca había estado en su casa, y esperaba que le gustara.
Jace abrió la puerta y la dejó entrar. Cuando ella estuvo en el interior, su hermano se volvió hacia él.
- ¿Seguro que sabes lo que estás haciendo?
- Sí, absolutamente. Gracias hombre.
Jace sonrió.
- Que os divirtáis.
Volvió a subir al coche y se marchó.
Sheena salió hacia la puerta cuando lo oyó, pero él índico que entrara y cerró la puerta detrás de él.
- ¿A dónde diablos se va? Se supone que tiene que dejarme en casa.
- Le pedí algo de privacidad.
- Ah.
- ¿Podemos eh... hablamos? ¿Por favor?
- Sí, claro. Por supuesto.
Estaban tan cerca el uno del otro que podía ver el rápido latido de su corazón, en su cuello.
Al diablo con esto, pensó.
Apoyó una de las muletas contra la pared y utilizó su brazo libre para agarrarla por la cintura y tirar de ella hacia sí.
Sólo necesitaba saborearla de nuevo. Ese breve contacto en el hospital había sido un mero aperitivo. Y él quería el plato entero. Más el postre.
Ella se tensó al principio, sin esperar su movimiento, pero en cuanto sus labios se tocaron, ella se derritió en sus brazos, perdiéndose en el beso con un pequeño gemido femenino.
Poniendo los brazos alrededor de su cintura, ella inclinó la cabeza dándole mejor acceso. Profundizó el beso y él puso la otra mano en su pelo, tirando suavemente.
Oh sí, ella sabía bien… Necesitaba mas... mucho mas.