Primer Caso

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     ¿Alguna vez se han sentido aprisionados? Ese sentimiento siempre me recuerda el mar, ya que no sé nadar; las veces que por accidente he caído en el agua han sido los momentos más desesperantes de mi vida; o eso era lo que pensaba ya que lo sentía como un enorme peso encima mío, causado por el no poder hacer nada para evitar hundirme. Me recordaba que también era el sentimiento que me llegaba al no poder evitar algo malo, o por el hecho de temer las consecuencias de mis actos. Desde aquella noche vivo con ese constante pesar en mí y viviré para siempre con el remordimiento de no haber hecho nada.

     Era de noche en el muelle de Santa Mónica.  iban a ser las dos de la mañana, y yo era la encargada de limpiar el stand que tenía en la feria, estaba sola y el único ruido era el de las olas. Ya había acabado y apagué las luces, estaba a punto de irme a mi casa y en eso escuché un carro llegar, era muy tarde para alguien llegar a esa hora, entonces me oculté, ya que asumí lo peor.

     Logré ver a tres hombres salir del carro y un cuarto hombre que estaba amordazado. Se veía muy golpeado, empezó a llover, yo estaba muy asustada, no sabía que hacer, no traía mi teléfono, ni había nadie cerca para pedir ayuda. Pasaron cerca del stand, pero siguieron avanzado, se veían armados; yo estaba helada del miedo, sabía que algo malo estaba a punto de pasar, y no tenía el coraje de evitar que pasara.

     Estaban discutiendo, pero no logré entender lo que decían por la lluvia, en eso empecé a escuchar muchos golpes, yo estaba debajo de la mesa del stand, y por uno de los agujeros en una de las tablas logré apreciar lo que sucedía; vi a los tres hombres pateando al cuarto, quien estaba amoratado, con la cara llena de sangre y parecía que estaba a punto de quedar inconsciente. La lluvia había cesado; pero no del todo; empezaron otra vez a hablar, por lo que escuché se debía a una deuda y ese era el castigo que tenía por no pagar.

     En eso, los tres le apuntaron con sus armas, yo estaba llorando del miedo, quería gritar, quería ayudar, pero no sabía cómo. No me explicaba como una persona podía terminar en esa situación, estaba con ropa formal, se veía joven, no creo que tuviera más de treinta años, en cuanto a los otros tres no pude ver sus rostros ya que andaban cubiertos. El joven empezó a clamar por su vida y ellos le dispararon tres veces a sangre fría, el cuerpo cayó del muelle al mar, y yo no podía dejar de llorar, me tuve que morder la mano para no gritar. Los tres hombres se fueron y yo estaba inmóvil, sin saber qué hacer, a quién acudir, me sentía impotente, había dejado que mataran a alguien solo por mi miedo.

     Las horas pasaron y yo seguía en shock, vi mi reloj y eran las tres y treinta de la mañana, otro carro llegó; pero esta vez alguien estaba llamándome, era mi papá, quien estaba muy preocupado por mí. Al oírlo fui corriendo a donde estaba él, con lágrimas bajando por mis mejilla y muy pálida, le conté lo que había pasado y llamó a la policía.

     Los oficiales me interrogaron por varias horas, el hombre se llamaba Nicolas Olivier, era un empresario francés muy exitoso.  Así que lo que yo escuché sobre deudas no calzaba con el perfil de él. Yo tenia 17 años en ese momento, mi testimonio no era de mucho peso; pero era lo único que tenían, la lluvia no dejo ver una clara grabación en las cámaras de seguridad, los zapatos de ellos no tenían relieve en la suela, el carro no tenía placa, entonces la investigación se cerró.

     Yo estaba sorprendida de que no lograron nada, ocupé bastante terapia después de ese día. No era un hecho fácil de superar; me propuse que la mejor manera de hacerlo era afrontando las cosas y no dejar que eso se repitiera de nuevo, por eso me decidí estudiar criminología, también aprender a nadar, pero el miedo seguía ahí.

     Siete años después de que eso pasara, yo ya trabajaba como investigadora en el departamento de policía de Santa Mónica, y un caso interesante había llegado a mi escritorio, un empresario Italiano llamado Alessandro Bianchi había sido asesinado con el mismo modus operandi; pero esta vez no hubo testigos, solo lo que la cámara de seguridad grabo, esa noche no había llovido. Mi jefe en el departamento sabía de mi pasado; entonces me enseñó otro caso. Durante los años que estudié criminología, otro crimen exactamente igual había ocurrido a un empresario extranjero llamado Fiódor Ivanov, procedente de Rusia.

El Muelle de Santa MónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora