Taehyung ha tenido un sueño agitado. Eso no puede continuar. Caerá enfermo.
Al día siguiente, toma una decisión. Le pedirá consejo a un amigo mayor que él que tiene experiencia, de creer en su reputación.
Jeon Jungkook tiene más de diecinueve años. Ha obtenido ya su título de bachiller. Cuando Taehyung estaba en cuarto, el muchacho que tanto admira estaba ya en el último curso. Su padre es director general de una fábrica de muebles, hay varias en la región de Autun. Es un jefe caprichoso y autoritario cuyo comportamiento inspira a su hijo. Ambos carecen de indulgencia para con las mujeres en general, sobre todo desde que la madre y esposa les abandonó, hace ya varios años, sin duda porque ya no soportaba las exigencias sexuales de su marido.
Se dice que Jungkook es guapo: él se lo cree, lo sabe. Siempre elegante y esbelto, sus penetrantes ojos y sus cabellos de un castaño claro, llenan las fantasías de muchas empleadas de la oficina de la fábrica, entre las que le basta con elegir.
Pese a su juventud, Jeon Jungkook tiene ya, pues, domicilio personal y una casa señorial junto al barrio viejo. Tras los altos muros, el jardín está a cubierto de miradas indiscretas.
Cuando Taehyung entra en la calle desierta, unos enormes perros, guardianes de las propiedades, ladran a su paso.
Llegado ante una pesada puerta de roble esculpido, provista de clavos bellotes, tira de la cadena de hierro forjado unida a la antigua campana, que repica con voz agrietada.
Oye correr el grueso cerrojo. Un doméstico ya de edad, de aspecto poco agradable, abre la puerta. Sin decir una palabra —deben de haberle avisado— acompaña al muchacho. Atraviesan un monumental vestíbulo enlosado a grandes cuadros con al fondo, una enorme escalinata.
Jungkook le recibe con una agradable sonrisa, le indica un sillón pesado y profundo, frente a él. Tira de un cordón trenzado, del mismo color azul que el resto de la decoración.
Entra, silencioso, un criado. Trae una bandeja, dos vasos con unos cubitos de hielo y una botella. Jungkook observa a su amigo, que mira al chico. No debe de ser mayor que él.
Lleva el clásico uniforme de seda negra, como en una opereta.
El visitante advierte enseguida que el vestido es exageradamente corto, más corto que las minifaldas habituales. Las medias son de un negro opaco. La falda deja al descubierto la parte alta, desnuda de los muslos, muslos bastante gruesos y llamativos. La piel canela combina exquisitamente con el negro de las medias. El dibujo de las piernas queda realzado por unos zapatos.
Al servir la bebida, el criado, que lleva también un pequeño delantal blanco con un gran lazo a la espalda, no ha dirigido la mirada a Taehyung, que no aparta los ojos de sus muslos. Parece sentir una inexpresable turbación al presentarse, así vestido, ante un joven al que no conoce. Jungkook deja caer, deliberadamente, su encendedor de oro.
—¡Recójalo! —le dice al chico.
Él se ve obligado a inclinarse. Taehyung puede ver las braguitas blancas, que dejan al descubierto unas nalgas muy redondeadas. Molesto, el muchacho abandona la habitación con la mayor rapidez posible. Taehyung procura ocultar su conmoción. Ha venido, ante todo, a confiarse. Se lo cuenta todo a su gran amigo: su amor por Jimin, sus deseos reprimidos, sus necesidades insatisfechas. Jungkook sonríe:
—No es seguro que ames al tal Jimin. Sobre todo, lo deseas.
—¡No lo había pensado!
—Además, estoy seguro de que, a tu edad, ni siquiera sabes cómo está hecho un chico. Nunca has visto un sexo a excepción del tuyo.