Parte Única

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Años habían pasado.

Años.

Ya ni recordaba las voces de aquellos que le prometieron que estarían hasta el final junto a él.

Al principio fue duro, pensó que los habían secuestrado.

Los buscó por tierra, cielo y mar.

Y aún así no encontró ninguna pista que le pudiera decir que estén muertos o secuestrados.

A los meses se dio cuenta de que faltaban prendas en el armario de su hermano. Allí supo que lo habían abandonado.

Que se habían marchado sin él.

Sin siquiera avisar.

Al principio pensó en ahogar sus penas en alcohol, pero se dio cuenta de que de poco iba a servir, por lo que empezó a trabajar todo el día, solo haciendo los parones necesarios para comer, ir al baño y dormir.

Trabajar era lo único que le quedaba.

Con los años fue ascendiendo de puesto, llegando a ser el director del FBI.

Tenía un gran puesto de trabajo en el que cobraba grandes cantidades de dinero, un gran piso en el centro de la ciudad, un coche deportivo de gama alta.

Pero aún así se sentía vacío.

Su estilo había cambiado completamente. Su cresta había sido reemplazada por un simple corte de pelo con un poco de flequillo, sus coloridas ropas pasaron a ser simples trajes negros con camisas de tonos blanquecinos a grises, ya ni si quiera se ponía maquillaje, dejando a la vista aquellas enormes ojeras comunes en él.

Aún así, mantenía su pelo teñido de blanco.

Su personalidad había cambiado completamente también, ahora era una persona reservada, fría y observadora. Nada parecido a lo impulsivo y extrovertido que era antes.

Aquel día, lunes 5 de noviembre era un día normal, nada diferente a los anteriores. El crimen en los Santos había bajado notablemente, por lo que no había mucho que hacer. Junto a la LSPD y la LSSD había desmantelado la gran mayoría de mafias en la ciudad, y las existentes estaban en sus últimos días.

Horacio entró en servicio y subió a su despacho a hacer papeleo, algo que parecía nunca acababa. Apenas llevaba un par de horas cuando Violeta, la joven recepcionista, llamó a su puerta.

-Señor Pérez, hay unos hombres que reclaman su presencia-.

-Si son los de central diles que el informe de la última mafia está a punto de ser redactado, que me den un día más- dijo sin levantar la mirada concentrado.

-¿Horacio?

El nombrado levantó la cabeza al oír su nombre, algo que nadie había hecho en mucho tiempo. Todas las personas que lo llamaban por su nombre habían desaparecido en algún momento de su vida.

La mujer entró a la sala apartándose, dejando ver a los tres hombres que estaban en la entrada del despacho.

Horacio miraba frunciendo el ceño a los tres sujetos, tardó segundos en reconocerlos, en los cuales se había levantado y puesto delante de la mesa sin darse cuenta. Era una costumbre que había adquirido al tener visitas de gente con rangos altos casi a diario.

El rubio, quien había hablado, se estaba acercando al peli blanco, entendiendo que el que se haya levantado era una invitación para abrazar lo, cosa que al momento se dio cuenta que no era así por ver las facciones de su cara, parando en seco.

-¿Qué hacéis aquí?-soltó con asco Horacio-. No sois bienvenidos.

-¿Después de años nos recibes así, Horacio?-comentó Conway, acercándose al nombrado-. Vamos, un abrazo por lo menos hijo.

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