Prefacio

85 3 3
                                    

Eran las 3.00 am. Lucio observaba las estrellas y recordaba su mirada, sus ojos color miel, sus pestañas rizadas enmarcadas por su hermoso cabello castaño ondulado sobre una exquisita piel apiñonada.

Ella por su parte dormitaba en el sofá de la sala, en la TV se veía una antigua película, de esas que solían ver juntos, de pronto se despertó sobresaltada cuando la música de los créditos finales retumbo por los altavoces de su pequeña y vieja Televisión. Se apresuró a buscar el control del DVD, pensaba en la siguiente película que vería para no tener que recordar esos labios rosados en forma de corazón, aquel aroma a limón que desprendía su cabello cuando ella lo revolvía mientras él estaba recostado en sus muslos.

Miranda paso la noche en vela viendo las típicas comedias románticas que solo le recordaban el hecho de estar lejos de quien le había dicho nunca la abandonaría, cuando estaba a punto de las lágrimas decidía que ella era una chica fuerte, justo en ese momento se ponía de pie de un solo tirón y cambiaba el disco por alguna otra cinta que le diera terror, y allí estaba ¡Sola! En el enorme sofá que cientos de noches había compartido con Lucio, sentados, acostados y en muchas otras posiciones algo más divertidas.

Lucio, como era costumbre desde que se fue, soñó con Miranda. Recordó cada centímetro de su dulce piel, cada pliegue, recordó el aroma que emanaban de ella, el sabor de sus labios, sus besos en el jardín, sus caricias a media tarde. Soñó que volvían a estar juntos, como en tantas promesas que se habían hecho, soñó con sonrisas en el acantilado, cenas románticas y algunas copas de vino, la vio llevando aquel vestido rojo que uso en su última cita, estaba tan perfecta, las rodillas descubiertas, un pronunciado escote en la espalda, un collar de perlas negras y tacones altos con plataforma negros.

7.00 am El despertador de Miranda sonó, ella no había pegado el ojo durante 2 días, ya no era raro escuchar el “bip bip bip bip” de su reloj sin haberse acostado siquiera. Apago la TV, se enredó en su cobija favorita y se dirigió a la ducha, tomó una toalla en el camino, abrió la regadera y entro sin prestar atención, el agua estaba demasiado fría lo que ayudaría a disminuir el sopor de la velada.

Tomó su uniforme apresuradamente, se vistió, se precipito a la cocina mientras tomaba su vieja chamarra del escritorio. Bajo corriendo las escaleras de su edificio, cuando estaba en la planta baja recordó que le faltaba el labial rojo de todas las mañanas, -Es tarde- pensó, así que solo camino tranquilamente a la entrada, se dirigió al metro, justo antes de entrar decidió que no estaba de humor para tratar con todas esas personas así que tomo un taxi le dio la dirección al chofer, cerró los ojos en el asiento de atrás, se dejó llevar por el aroma a tabaco y menta que brotaba de los asientos del viejo auto y por fin después de días estuvo a punto de quedarse dormida pero un recuerdo de sudor y sal saltó a sus pensamientos, quiso ahogarlo con la música que salía de su iPod pero esté le jugó una mala pasada y empezó a sonar aquella canción que los acompaño en los momentos más especiales de su vida juntos. Se arrancó los audífonos de un jalón, se cubrió los ojos llorosos con las sudorosas manos, ese sentimiento de intranquilidad que había nacido en ella el día que él le había dicho adiós fue creciendo de a poco, comenzó a sentir como salía de su pecho para extenderse por todo su cuerpo, de pronto esta sensación tomo vida propia para salir por su garganta. –Paré el auto- le grito al taxista mientras le lanzaba unos billetes a la cara. Bajo del auto apresuradamente y comenzó a correr en dirección opuesta a su empleo, estaba rota de amor.

Lucio sintió como algo cambiaba en su interior…

Se había despertado pensando en ella, desayuno con en ella en la mente, el día se había desarrollado en torno a recuerdos con Miranda. Encendió el estéreo y allí estaba, la canción que ambos recordaban, con la que sonreían al tan solo pensarla. El cambio llego, comenzó a sentir esa necesidad de tenerla a su lado, de besar sus labios, de tocar otra vez su piel de seda. Salió apresurado del departamento, paró un taxi y sin más dijo –Al Aeropuerto-.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora