Los poetas malditos Paul Verlaine
Colección Literatum
©2010 de la presente edición Editorial Nemira www.editorialnemira.com info@editorialnemira.com Primera edición: ISBN: Impreso en España La reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por el editor, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
I. Tristan Corbière
Tristan Corbière era un bretón, un marino y el desdeñoso por excelencia, caudal triple. Era un bretón sin asomo de práctica católica, pero creyente endiablado. Nada tenía de marinero ni de militar, menos aún de mercader; tan sólo, furioso amante del mar, era el jinete de su excesivo ímpetu, y en la más briosa de las grupas montaba en horas de tormenta. (Cuéntanse de él prodigios de loca imprudencia.) Despreciaba el Éxito y la Gloria hasta el punto de aparentar
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retarles, y creía eran imbéciles en cuanto al poder de moverle a compasión, tan sólo fuera un instante. Dejemos al hombre que tan alto estuvo, y hablemos del poeta.Como rimador y prosista, nada tiene de impecable, es decir, de abrumador y cargante. Ninguno de los Grandes como él ha sido impecable, desde Homero, que dormita a veces, hasta Goethe, el muy humano (digan lo que quieran), pasando por Shakespeare, algo más que irregular... Los impecables son Fulano y Zutano. Tarugos y leños. Corbière era un ser de carne y hueso. Así como suena. Sus versos viven, ríen, lloran poco, se mofan a las mil maravillas y se chancean aún mejor. Además es salobre y amargo como su muy querido Océano, y a diferencia de este su turbulento amigo, no breza a ningún momento, sino que revuelve siempre los rayos del sol, los de la luna y los de estrellas en la fosforescencia de la marejada y de las enfurecidas olas. Llegó un momento en que se hizo hombre de París, pero sin espíritu sucio y mezquino. ¡Hipos, vómitos, ironía feroz y
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rozagante, conversión de la fiebre y de la bilis, exasperadas en genio, alegría suprema e inverosímil!
Ejemplo: AUXILIO Si tú, guitarra mal templada, kriss indio, bárbaro tres veces, caja en los suplicios versada, con mi pobre voz no enalteces la dulzura de mi martirio, y tú, cigarro, si a otros yerros no me llevas, cual faro o cirio... – ¡Maldito este oficio de perros...! Si la tromba de mi amenaza pasajera cuando maldigo, todo lo enturbia o deslavaza, – La mudez sea conmigo...
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Y si es mi alma un encendido mar que no tiene ola ni brisa, – Por estar helado y cocido... escurro el bulto a toda prisa. Antes de pasar al Corbière que preferimos –aun cuando estemos chiflados por todos sus aspectos–, es menester insistir en el Corbière parisiense, en el Desdeñoso y el Chancero de todo y de todos, incluso de sí mismo. Leed todavía este EPITAFIO Se extinguió de entusiasmo y murió de pereza; si vive es por olvido; no ser en una pieza él mismo y su querida fue su única tristeza. No nació de ningún modo; va donde el viento le deja; es cual bazofia compleja, mezcla adúltera de todo.
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Hecho de “qué se yo”. Un lince en cuanto a vista. Oro y poco dinero. Muchos alimentos y... un esguince si el brío ha de ser duradero. Un alma inmensa para quien no tiene violón. Demasiado amor para un mal garañón. Muchos hombres y... ninguna demostración. ………………………………………………….. Omitimos trozos de los más regocijantes. ………………………………………………….. Sin empaque. Sólo engreído por lo único. Cínico y bobo. Creyendo a todos, descreído. Gustó el hastío con arrobo. ………………………………………………….. Alma seca, beoda mollera. Tan suyo, que a sí mismo era fuerza el poderse tolerar; murió mirándose vivir,
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y por no saber acabar vivió dejándose morir. Aquí yace este corazón, flor de fracaso y perfección. Desde luego, sería menester citar toda la parte