Prologo: Raon Miru

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El dragón lo llevó a ver las estrellas.

Era la primera vez que ese niño tocaba el césped. 

Tendría a lo sumo 6 años de edad, pero nunca había sentido cosas más allá de ese lujoso cuarto construido en mármol y oro, o texturas distintas a la seda o cachemira que lo acobijaban en las noches frías junto a la chimenea.

Aún era muy pequeño para salir; según las ordenes de sus padres solo podía recibir indirecto el sol hasta que su cuerpo tuviera más defensas, así lo estipulaba la recomendación médica y con eso bastaba para el perezoso rojizo. 

No obstante, cuando sus pies descalzos dieron los primeros pasos dubitativos a las afueras de su prisión, experimentó lo que era el sereno de la noche, la frialdad de caminar sin zapatos sobre el roció en el césped, y la oscuridad de un vasto mundo inexplorado. 

El dragón lo llevó a ver el firmamento que tanto le atraía esos estoicos ojos marrones cuando observaba por la ventana, por fin dando respuesta a una duda subyacente que afloró en su curiosidad infantil. 

El chico siempre simuló ser devoto a los libros, encerrándose en la biblioteca de su padre, y leyendo sobre cualquier tema en realidad; sin embargo, lo que profesaba esas joyas deslumbrantes e ínfimas incrustadas en ese techo que no tenía tope no era ni por asomo cercano a las descripciones debajo del grabado en su atlas celeste preferido. 

Fuego incandescente contra tinta en papel, para Cale no había punto de comparación. Comenzaba a disfrutar la idea del pequeño viaje nocturno. 

- ¿Te interesa la vista, humano? - preguntó en su mente el antiguo ser; acurrucándose entre sus patas como un gato, sin importar que fuera cinco veces más grandes que el Porsche negro de su padre. El chico solo contestó con su silencio, y con un asentimiento leve; y su nuevo amigo se mofó suave por la charla tan corta, tan natural de su persona, pero el sentimiento entre los dos era calmo.

"No importa", pensó el dragón, "... siempre era de ese modo."

El niño se acomodó más cerca de la gran pata en donde estaba sentado, era suave a pesar de estar cubierta en escamas.

- ... No entiendo. - murmuró para sí.

- ¿Qué no entiendes débil humano pequeño? Este gran y poderoso Raon te responderá cualquier duda.

El chico volteó su cara hacia la bestia, ese gigantesco huésped sin invitación que lo llevaba visitando desde que lo descubrió husmeando en el balcón.

- Observo las mismas estrellas en mi cuarto, pero aquí se sienten distintas... Se sienten más cerca, y nítidas.

El dragón acercó su mirada al de pelirrojo que aún se enredaba entre su cuerpo como refugio. Resopló en su cabeza, despeinando sus cabellos.

- Cale ¿Qué quieres hacer?

- ¿Qué quiero? - Preguntó dudoso el muchacho.

El mitológico ser olisqueó de nuevo su cara, esta vez causándole cosquillas en su mejilla derecha.

- Si. ¿Qué es lo que quieres hacer? - Alzó sus alas con ímpetu, evitando lastimar a su pequeño. -¡Puedo cumplir cualquier deseo que tú quieras!¡Nada se escapa de mi poder, a excepción del tiempo y la muerte!

- Yo... No lo sé aun... - Arrugó sus cejas mientras pensaba la respuesta, se concentró de nuevo en sus gruesas alas - pero... quiero...quisiera vivir como tú.

- ¿Cómo yo?

El chico demostró una débil sonrisa y se acomodó de nuevo en una posición para dormir más placentera. El antiquísimo ser solo se quedó observando.

- Si... Como el gran y poderoso Raon... libre, con dinero, y sin apuros.

La risa vibró en los brazos de Cale, y lo arrulló hacia su nueva siesta en el patio de su casa. Su nuevo mejor amigo tapó su cuerpo con el suyo. Y antes de cerrar los ojos, el chico logró escuchar un "nunca cambias" en voz baja. 

Cale suspiró acalorado antes de caer en el mundo de los sueños, su nueva compañía era reconfortante.

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Segunda vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora