Capítulo II

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Capitulo II

Hace dos horas

Aitana

Era sábado, le dio una pereza terrible levantarse tan temprano así que pensó dormir un poco más. Estaba también agotada por la anterior noche, no es que hizo mucho pero se desveló viendo alguna serie.

Sin dudar está era su casa favorita. El cuarto principal tenía un ventanal que daba vista hacia el bosque, las hojas de los árboles tenían ese color característico del otoño. Lo único que pudo ver al levantar la mirada fue un lago anaranjado y amarillo que cubría miles de kilómetros a la redonda, ni una casa cercana que le interrumpa su paz y calma.

Sin pensarlo dos veces, se paró y vio su ropa negra en una de las sillas de la habitación. Por si las dudas se vistió, no podía estar con la guardia baja, ¿o si? Bueno no se iba a tomar las libertades que claramente no tenía. Al terminar de vestirse le dio un hambre que parecían dos. Vio su pistola en el velador y no la quería tomar porque le parecía un falta de respeto comer con un arma en la mesa.

Cambió de parecer el momento en el que escuchó un golpe seco en el pasto, susurros y pasos en su patio trasero. Su cuerpo se tensó al pensar que eran ellos. No es posible que la hayan encontrado tan rápido, era improbable. Tal vez ignoró alguna bandera roja hace unas semanas que un señor la observó de pies a cabeza, sus ojos había brillado como si hubiera conseguido un premio.

¿Quién la podía juzgar? Ese lugar era un paraíso, pudo observar desde la venta de su cuarto varios colores al pasar las estaciones. Pudo ver el blanco y el azul del invierno, el amarillo del verano, los diferentes colores pasteles de la primera y el naranja y rojo vivo del otoño. Su favorito era esta última estación y le entristecía tener que irse en la mitad de agosto. Además estaba en la mitad de la nada en la Isla de Vancouver. No se quería mudar, esta casa era preciosa.

Agarró su mascarilla, pistola y la daga de la suerte. Bajó lentamente las gradas que parecían estar flotando. Siendo lo más cautelosa posible se escondió en alguna de las paredes cercanas. Alzó su mascarilla hasta la nariz y con el rabillo del ojo pudo ver un objetivo entrar a la casa por la puerta del patio trasero. Si le dejaba pasar la cocina, estaría prácticamente muerta. Entonces en un movimiento sutil disparó su Beretta 92FS y escucho un quejido. Bajo su arma y descendió al otro piso con toda la calma posible hasta con pereza. Ya estaba cansada de hacer lo mismo cada cierto tiempo. Sus ojos fríos, vacíos y "sin sentimientos" llegaron al objetivo que disparó hace un rato. Y ahí la vio a ella, a la rubia que la conocía tan bien y por primera vez en su vida después de aquella noche, su corazón se estrujó.

(...)

Cuando se aseguró de estar sola, se quitó la mascarilla y la puso en el mesón de mármol. Envolvió a los dos cuerpos en un papel especial que se volvería ceniza al igual que en un crematorio. Agarro sus guantes de látex, el envase que contenía el peróxido de sodio, un cepillo, vinagre y puso dos litros de agua en un tarro. Derramó el agua en los dos charcos de sangre que poco a poco se oxidaban. Puso una capa fina de aquel polvo y más agua.

Tenía que dejarlo reposar por unos 10 minutos. Hasta eso se dirigió a su cuarto, saco sus dos maletas ya hechas llenas de ropa, implementos de aseo, dinero y algunas armas blancas y de otro tipo. Tendió la cama y cerró las persianas, observando por última vez aquel lago anaranjado de árboles. Vaya! Iba a extrañar demasiado este lugar.

Bajo nuevamente a la cocina y observó que ya estaban listos, las cenizas y los charcos de sangre. Con un trapo limpio el agua y el peróxido, enjaguando unas dos veces más antes de limpiar con el cepillo mojado de vinagre. Y así de fácil estaba limpia su linda cocina, lo hizo como si fuera automático, memoria muscular.

Puso los trapos utilizados junto a el cepillo en una funda y los metió a el horno. Se desprendió de su ropa negra y la puso en una bolsa para lavarla después, ahorita solo quería salir de ahí porque no sabía si alguien más estaba tras ella. Guardó las cenizas y las colocó en una urna. Se cubrió su pelo con un gorro de pescar gris y se puso su mascarilla negra. Antes de irse de ese lugar, salió a su pequeño jardín, y ahí estaba una de las pocas razones que la hacían sonreír. Su pequeño girasol estaba más bello que nunca, ese amarillo hacía contraste con los árboles.

—Hola mamá, ¿cómo estás?, puedo ver qué cada día te pones más hermosa y brillas como el sol—dio un suspiro—. Como te pudiste dar cuenta, ya me descubrieron así qué hay que salir de aquí. Este fue un buen escondite porque casi duramos un año, ¿no lo crees?

Agarró la maceta de su Preciado tesoro y las maletas. Estaba segura de que era todo lo que tenía que llevar consigo para sobrevivir.

Salió de su casa y dejó la llaves en una pequeña taza afuera de la puerta. Hechó un último vistazo a uno de los lugares más bonitos que había visto, aquella casa de tres pisos, con ciertas partes con el ladrillo visto, otras pintadas de negro y blanco, con ventanales en todos los lugares pertinentes. Era una completa belleza, un lugar que alguno de los meses que residió lo llamó hogar. Con una sonrisa triste se despidió de aquella hermosura y se subió a su Lexus LS. El girasol lo puso en el asiento del copiloto, y la aseguró con el cinturón.

Mientras se dirigía al aeropuerto más cercano, botó las cenizas de su querida rubia. Con su pasaporte en mano, pensaba, ¿a dónde podría ir ? Ella prefería los lugares fríos. Siempre había querido visitar Reino Unido. Había visto tantas imágenes de los castillos y viejas-rústicas casas. Sí, ya estaba segura, Reino Unido sería al lugar que escaparía una vez más.

Sol-Luna, Kira y Amaris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora