comienza la misión.

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Si era sincero, hubiera preferido quedarse en Japón antes de sufrir el calor de Francia. Tal vez tenían las mismas temperaturas, pero ya poco le interesaba. La residencia a la que había sido asignado se situaba en las afueras del centro, pero aún así había pavimento, quemándole con el reflejo del sol que se encontraba a flor de piel.

Llevaba puesta su ropa más andrajosa, que lo hacía lucir como un extranjero en busca del más mínimo trabajo que le ayudara a salir de la quiebra. Consistía en unos shorts beige hasta las rodillas con un tanto de desgaste, zapatos bordó comunes en los empleados y una camisa blanca, con las mangas dobladas hasta los codos.

A su parecer era bastante esteriotipado, pero debía agradecer que no le obligaron a ponerse un sombrero de paja y un tiro de trigo en la boca. Y si así hubiera sido, habría agarrado al guardia, propinándole una buena golpiza.

Según los pocos datos que le habían brindado, la familia a la que atendería de ahora en adelante sería la Oikawa. Hecha por cuatro miembros, dos padres y dos hijos, con montañas de ganancias que les llegaban hasta la médula, con gran influencia en la situación financiera del país. “Un trabajo difícil” muchos le habían mencionado, ya que él estaba entre los otros cuatro chicos que les tocaban familias de éste calibre.

A pesar de todo esto, aún le costaba comprender la razón de que justamente le hubiera tocado a su persona tener que colaborar en esto, siendo que había mejores opciones. En todo caso, si lo pensaba a fondo, era un plan sensato, enviar a un pueblerino en vez de a un prodigio, después de todo, cualquier error te llevaría a la guillotina.

Le sorprendía que la siguieran usando.

El viento da un fuerte sarandeo, como si concordara con el momento en el que se situó frente el portón de la casona y sus ojos interceptaron con unos café que se lograban ver a través de la ventana.

Sin mucho esfuerzo de no romper el contacto, aplaude frente a la casa, en busca de que alguien venga a atenderlo.

Ante su mirada azulada piensa que de repente los rayos del sol se juntan solo para iluminar la salida de una mujer, muy bella a su parecer, con cabello castaño hasta los codos y un porte elegante; a su lado, un niño de aproximadamente cuatro años va tomado de su mano, también tiene el cabello castaño pero cortado casi al ras, y unos ojitos curiosos que le clavan la mirada.

Bonjour. – pronuncia la mujer, y Kageyama se tarda unos segundos en salirse de sus pensamientos.

Bonjour Madame. – tiene el impulso de taparse la boca por el susto, pero logra retenerse, está sorprendido por lo fluido que le logró salir. – Me presento, soy Kageyama Tobio, jardinero, vine por la solicitud que me fue aceptada. Un gusto.

– Soy Itari Oikawa, el gusto es mío, pase. – indica, abriendo paso entre el portón y un pequeño sendero de piedras que da hasta la puerta principal.

– Con permiso.

Los tres caminan a pasos constantes, pasando por la puerta principal, hasta llegar a la sala, donde están sentados el resto de la familia Oikawa.

Kageyama logra identificar al mayor de todos, quien supone que es el padre de la familia. También hay un chico que parece de su edad, que le mira con una curiosidad parecida a la del más pequeño.

– Takeru, siéntate al lado de Tōru. – le ordena la mujer, palmeandole la espalda, y cuando cree tener la atención de todos, prosigue a seguir hablando. – Verán, hoy llegó el nuevo jardinero, también se ocupará de los labores de la casa. – todos los presentes afirman. – Kageyama, ellos son Oikawa Tōru, mi hijo. – señala al chico curioso. – Okaru Oikawa, mi esposo. – ahora al hombre mayor. – Y mi nieto Takeru.

Espias En Cubiertos.¡! Oikage.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora