¡Voltea, quiero que me veas!
Cuándo me colocaba por atrás de ella el espectáculo era indescriptible. Mis ojos escaneaban toda su estructura, sus nalgas, su espalda, sus hombros, su cabello, su letal mirada. Por unos segundos nos pertenecíamos, éramos dos seres ocupando un espacio.
Soy totalmente tuya, me lo decía con la mirada, no había necesidad de pronunciar ni una sola palabra. A través sus ojos me decía que podía entrar en ella cuando yo quisiera, las veces que quisiera, no era su cuerpo lo que me volvía loco, era su existencia y que me dejara formar parte de ella.
¡Voltea, quiero que me veas! Era la orden que yo le daba mientras la hacía mía, y ella siempre me complacía, quería grabarme esa mirada y llevarla en mi mente por el resto de mis días.
Lanzaba gemidos, escurrian sus fluidos, nuestros corazones se aceleraban a punto de un infarto, las sábanas mojadas. Me salía de ella y nos tumbabamos boca arriba sobre la cama, cansados pero sonriendo, éramos felices.
¡Voltea, quiero que me veas! Le decía mientras estábamos recostados sobre la cama agotados, después de hacer el amor, esta vez no era una orden, simplemente era el deseo de ver su sonrisa y saber que yo era la causa.