Capítulo 2

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                        "La venganza es un plato que se sirve en frío"

Hace un tiempo que decidí que se acabó eso de llorar. 

Llorar es de débiles, pero ignorarlo es de cobardes. Así que como yo no soy ni débil ni cobarde decidí que tenía que ser valiente y afrontarlo. A vivir con ello, a saber manejarlo.

Aprendí a no subestimarme, por mucho que los demás lo hicieran. Aprendí a darme valor y apoyo a mí misma, porque nadie estuvo nunca para mí. Desde pequeña me valí solo de mi propia persona y aprendí que nunca se debe confiar en nadie.

Ah, confianza. Que palabra más bonita, un adjetivo apreciado por muchos, llevada a cabo por pocos y con gran capacidad de destrozarte. De hacerte pedazos, de romperte en añicos, que duele como el infierno... Pero en ese momento, la confianza pasa a ser traición. Traición por parte de esa persona a la que se lo diste todo y nunca pediste nada a cambio, que hubieses dado lo que fuera si te lo hubiera pedido... Eso se llama amar.

Amar hasta que te duela la cabeza de tanto pensar en esa persona, que te importe tanto que no puedas vivir sin ella. Y ahí es cuando sufres. Sufres y todo tu mundo se viene abajo.

¿Pero qué más da? Eso ya pasó, no se puede cambiar, ¿verdad? Lo jodido es que sigue allí y te cambió por completo. Que la vida ha seguido el transcurso y tú tuviste que levantarte a trompicones y volverte a caer.

Suspiro, sabiendo que mi cabeza está hecha un lío y el dolor me ciega y no me deja pensar con claridad. 

Llego a casa y miro mi balcón desde la calle. No tengo llaves y tampoco móvil, además de que el timbre hace días que no funciona. Me respaldo en una farola y espero a que alguien entre en el portal y así entrar yo también.

Al cabo de unos 10 minutos, sale la vecina del cuarto y me sujeta la puerta para que entre. Le digo las gracias y empiezo a subir las escaleras lentamente. No quiero llegar a casa. Tan solo de pensar lo que va a pasar me deprimo y, la verdad, estoy harta de que cada día sea exactamente lo mismo.

Pico al timbre y espero a que abran. Pongo las manos en mis bolsillos delanteros del pantalón, cosa que, por cierto, mi madre odia que haga.

Al cabo de unos segundos, me abre la puerta mi hermana pequeña, de 14 años.

- Hola, Gal·la.- dice yéndose a sentar en el sofá, a jugar con su tableta.

- Hola.- digo seca.

Dejo mi abrigo en el colgador de la entrada y me dirijo hacia mi habitación, que comparto con mi hermana.

-¿Y estas horas de volver a casa?- dice mi madre apareciendo por la puerta. Habla como si fueran las once de la noche o algo, y son las siete de la tarde.

Me tragué mi orgullo y intenté poner el tono de voz más neutro posible.

- No tenía llaves, el timbre no funciona y también me quitaste el móvil. No pude avisarte.

Ella me mira a los ojos y, en ese momento sé que la bronca no se acaba allí.

- ¿Estuviste en la biblioteca como te mandé?- dijo cruzándose de brazos.

- Sí.- dije sin dejar de mirarla.

Me mira durante un largo rato sin decir nada y por fin suelta:

- ¿Porqué mientes?

La miro a los ojos, ya no valía la pena seguir mintiéndole.

- Porque quiero. Porque no sé en qué momento se te ocurre a ti mandarme toda la jodida tarde en la biblioteca.

- ¿A estudiar quizás?- dice ella en el mismo tono que el mío- Te recuerdo que suspendiste seis en la primera evaluación.

Me quedo callada. Ahora vendrá otra vez la maldita charla de tres horas sobre cómo malgasto el dinero que ella gana trabajando duro, sobre lo irresponsable que soy y que soy una pérdida de tiempo.

- ¿Te das cuenta de lo que haces?- me dice empezando a enfadarse.- Lo único que haces es tirar por la borda todo la confianza que te doy para que sepas manejar tus estudios como dios manda.

Ruedo los ojos.

- ¡¿Tú sabes el dinero que gastamos tu padre y yo en tus malditos estudios?! Para que luego tu no lo aproveches y nosotros echemos el dinero en un saco roto.

Silencio. Una cosa que no os he contado es que mi madre, cuando se enfada no grita. Cuando se enfada, las manos le empiezan a temblar de una forma un tanto rara, y eso es justo lo que le está pasando ahora.

- Cómo no vea que a partir de ahora te pones las pilas, te desapunto del bachillerato y te pones a trabajar...aunque sea fregando suelos ¡Me da igual!

Al principio, cuando era pequeña, le contestaba siempre a todos los ataques que ella me lanzaba. Sentía que debía defenderme y no dejar que esa mujer me hiciera mierda... Ahora me da igual, me es indiferente. 

No la contesto porque sé que si lo hago, voy a acabar el triple de mal de lo que ya podría estar.

- Eres una egoísta e irresponsable. Solo piensas en ti misma y haces lo que te conviene... - dice con rabia- Afronta tus malditos problemas de una vez y dejar vivir en paz a los demás.

Dicho esto, se da media vuelta y me deja sola en mi habitación.

Hago una mueca extraña con la cara y me encojo de hombros como si no fuera conmigo.

-A palabras necias oídos sordos...- digo en un susurro involuntario.


QUIERO VENGANZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora