Selenelion

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El ruido del mundo en movimiento en aquel espacio reducido resultaba casi ensordecedor. Las voces de charlas apresuradas se superponían unas con otras, gritando órdenes de un extremo a otro, señalando indicaciones de último momento, demandando resultados a tiempo. La gente se agolpaba por montones yendo de aquí para allá casi con frenesí, cuerpos chocando unos con otros en un ir y venir de rostros con expresiones agitadas, urgentes, algunas emocionadas, otras preocupadas. Pero nadie se mostraba indiferente. Nadie, salvo Tsukishima Kei. Aislado del ruido gracias a los enormes audífonos que rodeaban su cabeza, Kei se desplazaba por el amplio recinto sin prestarle mayor atención al mundo en general, concentrado solo en lo que enfocaba con el objetivo de su cámara.

Era un día importante para el sector de la música, la danza y el entretenimiento, pues se llevaría a cabo un evento de bienvenida a nuevos talentos que acaban de hacer su debut público, apadrinados por artistas ya consagrados. Las afueras del recinto casi desbordaban de fans apiñados a la espera de ingresar, mientras el interior hervía de empleados trabajando a toda velocidad en los detalles de último momento para que todo saliera a la perfección. Tsukishima Kei estaba allí como uno de tantos fotógrafos más, así que no se encontraba tan agitado como el resto con la parte que le tocaba hacer. Aunque, para ser exactos, Kei no solía agitarse nunca para nada, ni por nadie. O por casi nadie.

Deslizándose con tranquilidad entre reflectores y bambalinas, el lente fotográfico de Tsukishima fue registrando toda escena que llamaba su atención, cada pequeña porción de los preparativos que podían pasar como momentos regulares, casi desapercibidos para el ojo de cualquiera, pero que contaban su propia historia para quien supiera mirar y no solo ver. Continuó registrando la actividad previa al gran evento mientras sus pensamientos se dispersaban.

"Soy un hombre de obsesiones más que de pasiones".

Tsukishima tenía apenas doce años cuando leyó aquella frase en una nota sobre una antigua estrella de la literatura, y desde entonces se había quedado grabada en su inconsciente, porque se había sentido extrañamente identificado con aquella descripción. Nada solía apasionarle de manera particular; era bueno en muchas cosas pero nada despertaba sus instintos ni sentidos de manera permanente, intensa, eufórica. Nada encendía esa llama interna. En algún punto le tenía cierta envidia a esas personalidades capaces de dedicarse en cuerpo y alma al objetivo que despertaba sus pasiones más profundas, disfrutando aún en los fracasos porque su amor por el objeto de su pasión era el motor que los mantenía andando, creciendo y mejorando. A él, al menos, no le había sucedido así jamás. A él, en cambio, las cosas o las personas le resultaban indiferentes o le obsesionaban, no había un sano punto intermedio. El problema radicaba en que sus obsesiones eran tan intensas como efímeras. Tan rápido como desentrañaba el misterio que había hecho tintinear su mente de forma casi compulsiva, llegaba la indiferencia.

A lo largo de sus años formativos en fotografía había tenido problemas con más de una persona que había modelado para sus proyectos, pues el trato "especial" que habían sentido de parte de Tsukishima solo había sido el reflejo del interés casi obsesivo que habían despertado en Kei; interés transmutado en sesiones fotográficas que le habían valido premios y condecoraciones, y una obsesión que vivió durante el tiempo exacto que le tomó a su mente limpiarse de la compulsión y pasar al siguiente tema. Ese tiempo no solía extenderse más allá de unos días o pocas semanas, como mucho.

¿Y por qué estaba teniendo esta suerte de dilema introspectivo en medio de un día laboral como cualquier otro? Bueno...

Un insistente tironeo en la manga de su camisa lo trajo de vuelta a la realidad, haciéndole despegar los ojos de su cámara por un momento y bajar la vista con hastío hacia la persona que reclamaba su atención. Y allí estaba la respuesta al porqué de su dilema introspectivo actual.

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