2. Ding Dong, es la muerte.

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Mientras el sol, lleno de lágrimas, descendía de su trono, y daba paso a la pálida mujer que buscaba llena de ira al culpable de la muerte de una de sus hijas, una feliz pareja estaba a la espera de sus amigos. Totalmente ignorantes de lo que ocurría afuera, preparaban ensaladas y hacían bailar el humo de la parrilla.

Ding dong.

Flora y una botella de vino.

Ding dong.

Alan, Vivika y bolsas de frituras.

Ding dong.

Félix y más carne.

Ding dong.

La muerte y sus cadenas.

Tocó la puerta con tanta delicadeza que sólo Alan pudo escuchar. O quizá ya lo había hecho hace horas.

Abrió la puerta, y recibió el mensaje hecho canción de las patrullas. Horrorizado, salió al jardín donde todos, totalmente consternados, no podían creer lo sucedido.
Lamentaban lo sucedido, mientras comentaban quién podría haber sido.

Después de minutos, sus rostros se iluminaron con viejas anécdotas mientras esperaban a la última de su grupo de amigos, Abril. Sabían que llegaría tarde por su trabajo, por lo que aún no servirían la comida.

Hora tras hora, risa tras risa, anécdota por anécdota, y Abril aún no llegaba. Llamada tras llamada, mensaje tras mensaje. Al reloj marcar las 23:00, Flora se movía incómoda en su asiento, cada 5 minutos revisaba el reloj y daba una mirada llena de preocupación a la puerta. Abril jamás se demoraba tanto en llegar.

Se levantó angustiada y dijo:
—Iré a buscar a Abril a su casa, quizá tuvo algún contratiempo. Hace unos días me comentó un problema con su auto, quizá el problema se reiteró.

—Tiene el auto de su papá. Ella llegará, tranquila —. Dijo Félix. Dándole un último bocado a las papas, dijo—: Si realmente hubiese sucedido aquello, ella hubiese llamado.

—De todas formas, iré. Saber que hay un asesino suelto, me preocupó demasiado.

—A mí también me está preocupando, te acompaño. —habló Vivika.

—Cualquier cosa, nos avisan. —declaró María, la dueña de la casa. Su esposo Marcos asintió.

Se montaron en el elegante auto blanco mientras conducían bajo las oscuras calles de Canadá. Al llegar, observaron aliviadas las luces prendidas de la casa de Abril. Eso apaciguó por un momento la angustia. Aunque no duró demasiado al tocar la puerta y nadie abrirla. Flora recordó la copia de las llaves bajo el nomo del jardín y abrió la puerta.

Su mente era todo un caos, al igual que la sala de estar. Los sillones corridos, las pinturas en el piso, y el bello jarrón de la madre de Abril roto en mil pedazos, al igual que las esperanzas de volverla a ver. Su mente comenzó a atar cabos, todo se hizo borroso a su alrededor. La sonrisa de su amiga se repetía una y otra en su mente. No, no podía ser cierto. Quizá habría entrado algún perro. Quizá tuvo algún ataque de ira. Quizá, sólo quizá…

Sus piernas no resistieron el dolor, y su cuerpo cayó preso del pánico. Repetía una y otra vez que era imposible. Las cenizas que la policía había encontrado no era su amiga. No, no lo era.

Vivika a su lado sólo podía gritar y llorar. ¿Dónde estaba su amiga? ¿Dónde?
Como pudo, llamó a Alan, y entre gritos le explicó lo que sus ojos veían. Llegaron en un tiempo récord, y sólo podían pensar en las cosas no dichas. Oh, cuanto habría sufrido su querida amiga.

Flora sólo podía negar la aplastante realidad.

Félix sólo podía estallar en ira.

Vivika sólo podía fantasear con la idea de poder revertir todo.

María sólo podía sentir la tristeza entrar y dejar un vacío en su corazón.

Y Alan sólo podía convivir con el dolor emocional que esto le causaba.

Negación, ira, negociación, depresión, y aceptación en una sola habitación.

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⏰ Última actualización: Dec 03, 2020 ⏰

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