Prólogo.

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La fría noche se apodera de su cuerpo desnudo. Un cuerpo casi esquelético, pálido y delicado que se posa sobre la desordenada cama plateada. Un color sin neutralidad. Un color divido entre el blanco y el negro. Su color favorito. El color que para él significa la confusión.

La luna ilumina parte de su habitación, como una linterna con luz opaca y fría. Sus ojos hinchados y rojos se detienen mirando hacia  la nada en su habitación oscura. Sus manos se aferran a sus piernas haciendo que se mueva como una bolita de adelanta hacia atrás, de atrás hacia adelante, y así sucesivamente con un ritmo lento y tembloroso.

Los gritos del piso de arriba llegan hasta el suyo, gritos que no lo dejan dormir nunca. Llantos y súplicas, chillidos y golpes ensordecedores hacen que el pequeño niño tiemble de miedo y horror en su fría habitación.

De repente un fuerte viento golpea con fuerza contra su ventana, él levanta la cabeza hacia donde se produjo el sonido. Sus ojos se abren como platos y sus manos se aferran aún más a sus piernas. El temor y la tristeza lo apresan una vez más en dos años. Sus ojos comienzan a tornarse brillosos haciendo que gotas saladas recorran por su hermoso rostro blanco. Sus labios toman un tono más rojo de lo que acostumbra ser. Sus cachetes se velan y toman un color rosado, al igual que sus ojeras y sus orejas.

Una vez más las lágrimas bañan en salado su corta existencia. La miserable realidad le hace recuerdo de que no puede escapar de la pesadilla en la que lo han encerrado.

Los gritos, los golpes, los llantos, las súplicas y las risas malvadas cada día se hacen más presentes. No importa a cual piso se vayan, aquellos sonidos siguen invadiendo sus noches, dejándolo con las ganas de dormir. No importa que tan lejos sea, aún así puede sentir en su piel el dolor y las manchas sobre él. Aunque no lo haya probado, siente por qué ella es la mujer que lo engendro. Cómo hijo, sabe que se siente quemar con lentitud.

Sus lágrimas se intensifican, el viento sopla cada vez con más fuerza, las hojas del otoño hacen un remolino frente a su ventana y de la nada se dispersan y chocan contra el cristal haciendo que él pequeño de un pequeño salto en su cama. Más tarde algunos truenos se hacen sentir a lo lejos de la ciudad, otro momento después están ahí, en el centro, sonando tan fuertes que hacen que él pequeño llore con más fuerza. Cuando la lluvia llega y los truenos la acompañan, él va soltando de poco en poco la impotencia y la irá en llantos y gritos, apretando sus piernas con todas sus fuerzas. Haciendo que sus deditos se tienen aún más blancos.

La noche siguen así, y los ruidos cesan tres horas después. Él cae en un profundo sueño. Las tormentas y los fuertes vientos se detienen como si supieran que todo ya paró en esa casa.

A la mañana, el hombre de la casa sale muy temprano, mientras que su esposa llama a su hermana para que cuide a su hijo en lo que ella sale de “viaje”. El pequeño se despierta a la hora de siempre, cuando baja las escaleras no encuentra a nadie familiar en su casa. Camina hacia la cocina y encuentra a una mujer de pelo corto con un mandil, preparando algo en una sartén.

-¿Mamá?. – pregunta el niño mientras se droga los ojos. Cuando no recibió respuesta parpadeó varias veces y arrugó su frente al notar el pelo corto que traía la mujer. - ¿Mamá, te cortaste el pelo?. ¿Cuándo te cortaste el pelo?.

La mujer se giró para ver al niño. Con una gran sonrisa tomó el plato y lo puso en la mesa del comedor.

-Hola Yoonie..!! Soy tu tía Yang. – se acercó a él y dobló un pie para quedar a su altura. Lo tomó de los hombros depositando besos a ambos cachetes. Con fuerza y cariño lo abraza y se incorpora al instante aún con su gran sonrisa. – Mamá salió de viaje. Ya sabes, negocios. Me pidió que te cuide. Te preparé hotcakes. ¿Te gustan no?.

El niño no entendía nada. Su mamá siempre le avisaba cuando se tenía que ir. Pero hoy ni siquiera le dejó una nota.

Sin decir más él caminó junto a su tía a la mesa y tomó asiento. Habían hotcakes, huevos fritos, pan caliente, leche y gelatina de chicle. Casi todo lo que a él le gustaba, excepto las galletas con chispas de chocolate.

Un delicioso banquete de despedida.

-¿Dónde está papá?. – preguntó mientras tomaba un hotcake y se servía leche.

- Él salió temprano al trabajo. Dijo que tenía una junta. Tu mamá me llamó anoche y me pidió que cuidara de ti por hoy. – Su tía caminaba de aquí para allá, preparando la lonchera del menor. Él mientras tanto se llenaba la boca de algunos hotcakes más, sorbiendo de su vaso de leche.

- ¿Cuándo llegará mamá?. – preguntó nuevamente.

- No lo sé querido. Pero no creo que tarde. Ella te ama mucho y se que no puede aguantar mucho tiempo sin verte.

- Pero no me dijo que viajaría.

- Quizá había mucho que hacer y no le dio tiempo. – Dijo levantando los hombros.

- ¿Anoche te llamó?. – él volvió a preguntar con duda esta vez.

- Si. ¿Por qué, querido?.

- Es que anoche no la oí llamar.

- ¿Cómo que no la oíste?. – Yang se detuvo a mirar al pequeño. Estaba confundida con su respuesta. Ella cruzó sus brazos sobre su pecho con la frente ceñida.

El pequeño negó con la cabeza. Sus ojitos redondos tomaron un brillo, uno de confusión también.

-¿No se supone que estarías durmiendo?.

Él miró hacia su regazo avergonzado. Comenzó a juguetes con sus pequeñas manos, sus mejillas de repente comenzaron a tornarse rosadas y luego casi rojas.

-¿Qué pasó anoche Yoonie?. – preguntó Yang con sumo cuido, tratando de entender a qué se refería. O por qué estaba despierto hasta tan tarde. Al no recibir respuesta se acercó a él y se arrodillo a su lado. Sus manos comenzaron a acariciar su cabello y su rostro con delicadeza y cariño. El pequeño se sintió avergonzado por no haber cuidado sus palabras. - ¿Qué pasó anoche?. Dime, no le contaré a nadie.

- Me quedé mirando la TV hasta tarde. Mamá me dijo que me duerma, pero no lo hice.

Yang cerró los ojos por una instante y soltó un suspiro de alivio, con una sonrisa se puso de pie dándole palmaditas en el hombro de el pequeño.

-Ah… si, seguro que fue eso. Bueno la próxima vez obedece a tu mamá. No puedes quedarte hasta tarde con la TV. Ella se enojará si se entera. ¿Si?.

Él levantó la mirada hacia su tía y asintió varias veces como si estuviera asustado.

Su tía tomó una caja de plástico color azul y comenzó a meter frutas y algunos jugos. Cuando terminó, puso la lonchera en la mesa y se sentó a su lado. Tomó un plato y lo llenó de pan y huevos. Se paró nuevamente y abrió el refrigerador. Sacó un jarrón y lo puso en la mesa. Tomó su taza y se sirvió café, nuevamente tomó el jarrón y lo dejó en el refrigerador. Por fin, nuevamente sentó junto al niño. Ambos comieron en silencio el desayuno hasta que un momento después, el teléfono de Yang sonó con fuerza.

El niño la miró con cautela y curiosidad. Ella le dedicó una sonrisa y salió de la cocina sin decir nada. Cuando ya se arto de comer él pequeño también salió de la cocina subió a su cuarto para prepararse. Se dio un baño y se puso su informe. Tomó su mochila del piso y bajó corriendo nuevamente hasta la cocina para tomar su lonchera.

-¿¡Tia vas a llevarme!?. – gritó desde la cocina. Su vocecita le causó mucha ternura a Yang.

Ella no podía negar que era uno de sus sobrinos más favoritos. Un niño educado y cariñoso, ¿Quién no lo querría?. 

Yang apareció por la puerta de la sala guardando su teléfono.
-Si. ¿Por qué?. ¿No quieres que te lleve?. – preguntó con un puchero.

El niño negó con la cabeza riendo. Esa expresión le había causado mucha gracia a él, algo que hizo que riera casi a carcajadas.

-Entonces vamos que se nos hace tarde.

Ambos salieron de la blanca casa, cerrando con llave la puerta trasera de su casa. Segundos después de que ellos salieran, un teléfono vibró y sonó varias veces hasta que entró un mensaje de voz.

¿Yang?. Lo, lo siento yang. Yo no puedo más. Lo siento. Dile que lo amo y que siempre lo llevaré en mi corazón.




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⏰ Última actualización: Dec 05, 2020 ⏰

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