La Ernestina

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- ¡Eres terruco! Todos los serranos son terrucos –dijo el comandante mientras golpeaba con sus botas a Anselmo Mamani, quien estaba amarrado y cuya espalda mostraba los signos inequívocos del maltrato y la tortura.

    - ¡No, patroncito; no soy terruco! Nunca he matado a nadie –dice Anselmo, casi sollozando, mientras que por respuesta recibe otra patada que lo dobla de rodillas...

          Por unos instantes, Anselmo no está allí. Ahora, está en Pampamarca, en su pueblo natal. Está pasando la yunta por su chacra. Escucha el ruido del pukyu, del manantial. Siente la fragancia de las retamas amarillitas, bien perfumaditas: para la Ernestina serán; a ella le gustan mucho y, segurito que se va a poner contenta, cuando le lleve un ramo. Mis warmas deben estar esperándome: hijitos esperen a su padre; no lloren, me voy a demorar un poquito, pero pronto estaré en casa. Ernestina: ¿por qué no les has dicho a estos militares que no soy terrorista, pues? En el pueblo, nosotros combatimos a esos criminales. ¿Por qué te ha mirado así ese comandante? ¿Por qué te ha dicho que tú mereces estar en otro lado? Dime, ¿por qué no les ha dicho que somos esposos y que tenemos dos hijos? Y ¿por qué le has sonreído? Ernestina...

          - No quieres hablar ¿no? Todos ustedes son iguales: o son terrucos o no valen ni mierda –dijo el comandante, mientras que con otra patada le abría la cabeza a Anselmo, y su sangre inundaba el oscuro calabozo.

          En la calle, Ernestina esperaba ansiosa que se abriera la puerta del cuartel y el comandante saliera a su encuentro.

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⏰ Última actualización: Sep 05, 2023 ⏰

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