La ciudad es invadida casi en su totalidad por las aguas que la recorren. En un violento desprendimiento sin anuncio o permiso, el cielo se deja soltar al asfalto y barro de la ciudad, recorriéndola en surcos que la irrumpen. Los viandantes se refugian en bolsas de nylon, periódicos empapados o techos sobrantes de edificios y casas, abandonando las calles a su suerte. A causa de las músicas percusivas en las que el agua sumerge a la ciudad, las mentes de los pobladores entran en un trance involuntario. El gobierno del reloj pierde autoridad paulatinamente, y se hace más inminente la suspensión del presente en la espera de un fin invisible: el silencio.
Doña Cleme medio despierta de uno de sus medios sueños vespertinos. En la silla que está en el porche de su casa, donde ha criado dos generaciones de su familia, ve la cortina de agua frente a ella y recibe con emoción anónima los olores de su infancia resucitados gracias a la tierra mojada. El pitido del porrón le aparta las últimas telarañas de la somnolencia. Antonio, su marido, lee el periódico en la silla blanca de plástico que está al lado.
-Ya hirvió el café. ¿Te lo traigo acá? - le pregunta doña Cleme.
-Voy a esperar a Laurita - le responde.
-Ahí te vas a quedar esperando entonces- le dice con recelo mientras se levanta.
-La niña pasa ocupada, bien sabés - dice cerrando la discusión mientras da vuelta a la página que olvida terminar de leer.
Al regresar de la cocina doña Cleme se sienta junto a su marido y le da el primer sorbo a la taza, observa la mano café azulada de su marido.
-Que viejas tenés las manos Antonio. – le dice.
Antonio con una leve sonrisa voltea a ver a su mujer.
-No son las únicas. - responde.
-Hablá por vos, aunque nací antes que vos, siempre has sido más viejo. - le dice colocando la tasa en la mesa.
Luego de un momento sin dimensión, Antonio duerme con la boca abierta y hacia arriba, con el periódico abierto en las piernas, doña Cleme se lo quita y lo dobla mientras escucha los ruidos de la ciudad que se esconden bajo el agua; Los pitos de los carros, junto con los relámpagos, las telenovelas vespertinas que ven los vecinos... Detrás del agua se esconde la ciudad a la que llegaron 45 años antes justo después que se casaran y perdieran las tierras que heredó de su abuelo por las nuevas negociaciones del enclave bananero en su pueblo, mucho antes que los sonidos envejecieran junto con ellos. Cuando llueve así de fuerte está de nuevo en la casa de su juventud, con sus primos amarrando la leña en el campo y sobrinos jugando bajo el palo de aguacates. Bajo el agua los lugares se escuchan igual, los recuerdos no están en su cabeza, sino que alrededor de ella.
Laurita aparece en el portón, con una chumpa de cuero y botas, en sus cabellos colochos se puede ver las gotas atrapadas que el paraguas no supo proteger.
-¡Mami!, ¿Por qué no se mete? Toda la brisa de este aguacero le va a caer mal, después no aguanta los dolores de pecho. - le dice mientras le toma un brazo y la dirige hacia el interior de la casa.
-Estos aguaceros solo son la bulla, no creí que fueras a venir - le responde la anciana mientras se sienta en el sillón de la sala.
-¿Por qué dice eso?, yo le dije que iba a venir todos los martes - le responde con cierto fastidio.
-Serví el café del porrón, tu papá te estaba esperando para tomárselo. - le ordena doña Cleme.
Laurita se da vuelta y ve a su madre por un momento, luego de un suspiro resignado acompañado de un caminar lento hacia la puerta, ve como el volumen del agua en la calle comienza a penetrar en la casa.
- ¿Y cómo está mi papá, feliz? - pregunta Laurita sin esconder cierto temblor en su voz.
Doña Cleme con autoridad interrumpe a su hija con la respuesta:
-¿Quién va a ser feliz con estos aguaceros?.
Después de uno o dos silencios, oyen el pitido del porrón.
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De este lado de la lluvia
PoetryCuento corto sobre como los recuerdos pueden vivir incluso a través de la muerte.