El panzón incompetente

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Desperté alrededor de las 3 de la mañana a causa del hambre, mi estómago hacia ruidos sobrenaturales que prometían no acabar pronto. Tenía los ojos hinchados y el brazo acalambrado por apoyar mi cabeza ahí.

Intenté incorporarme del suelo -suelo en el que me quedé dormido llorando- pero al primer intento mis brazos flaquearon y mi escultural cuerpo me reclamó esto con un dolor electrizante y entumecedor. 

El dolor me dejó tumbado por espacio de 30 minutos en los cuales contemplé la pared y pensé en pastelillos de chocolate. Quise conciliar el sueño pero mi estomago me seguía protestando la inhanición involuntaria a la que fuí sometido, asi que no me quedó mas que pararme como pude y, después de varias caidas, conseguir permanecer de pie.

Al estar de pie pude percatarme de lo fea y desabrida que era mi celda, como minimo le faltaba una buena mano de pintura y mantenimiento, aparte de un buffet a la disposición de un pobre diablo cómo yo.

Caminando como alma en pena, me dirigí a los barrotes oxidados que me separaban de un policia panzón que dormía plácidamente detrás del escritorio, me daban ganas de pedirle un poco de comida pero decidí que no era muy buena idea. 

Me quedé contemplandolo como idiota hasta que escuché un ruido cerca de mi. Muy cerca de mi. 

—¡Hola!— exclamó una voz afable en la cercanía. —¿Cómo te encuentras?—. 

—¿Cómo crees que me encuentro?— le dije con toda la sorna posible, la cual no pareció captar muy bien.

—No sé, por eso pregunto.— me dijo al cabo de un rato y en el mismo tono tranquilo. —¿Eres el lloron que escuché hace un rato?— lo que me faltaba, me escuchó llorar.

—¿Donde estas? No te veo

—No hace falta que me veas para platicar, mejor cuentame que te trajó hasta aquí

—Bueno, yo... ¿Eres mi conciencia?

—¿Estas acá por consumo de drogas?— río y luego dijo —Mi nombre es Jerome ¿Cual es el tuyo?—

—Yo me llamo Dorofei

—¿Te puedo llamar Dora?

—NO.

—De acuerdo— dijo con resignación —¿Pero que haces aquí?—

—Me detuvieron por tomar prestada una bicicleta

—Eso es muy inte...

—¿Tienes comida?— lo interrumpí presa del hambre

—Pues, no pero por la mañana tal vez nos den un poco de alimento

—Está bien, creo que puedo esperar un poco más

—Te noto algo triste ¿Que te ocurre?

—Es una historia muy larga y no me apetece contarla por ahora— le expresé con sinceridad

—Oh, vamos, contarme te hará sentir mejor— dijo y por fin me convenció de narrarle mis desventuras.

Le conté todo con lujo de detalles y una que otra grosería, cuando por fin terminé mi relato la luz del sol se filtraba por la ventana.

—Esa es mi historia ¿Que opinas que debería hacer ahora?— le pregunté, pero no obtuve respuesta más que unos ronquidos que con certeza eran del sujeto amable y poco atento de hace unas horas —pedazo de..

—¡Arriba inutiles!— era el policia panzón, qué maravilla.

Me aferré a los barrotes rápidamente y con la cara mas demencial posible a la espera de comida. Pero la comida no llegó, en cambio tuve la fortuna de recibir un macanazo en la cara; cortesía del policia panzón que se paseaba blandiendola muy alegre y sin cuidado.

—¡Ey, ten cuidado, muchacho!, nunca asustes a un oficial de esa manera

—Pero si yo solo...

—Mejor guarda silencio y espera aqui— como si tuviera opción —voy por un poco de hielo para tu cara— dijo y a continuación desapareció tras una puertita.

Cuando regresó tuvo que aventarme un hielito, bueno, varios; para sacarme de mi sueño reparador...

—Toma, te ves espantoso— me golpea y encima me recuerda mi terrible apariencia, qué encanto de hombre 

-Gracias— le dije mientras apretaba la bolsa con hielos contra mi delicada carita —No pretendo ser indiscreto pero, ¿Me darán desayuno?—

—Claro que no— y esas fueron sus últimas palabras antes de irse de nuevo. Antes de que yo me quedara dormido.

Cuando desperté ya no había tanta luz y noté algo humedo debajo de mi. Creí que me había orinado dormido pero solo eran los hielitos derretidos.

Seguía con hambre y ahora también me doliá la cabeza. No sabía cuanto tiempo me iban a detener, pero lo que si sabía era cómo pasar el rato.

—¡Jerome! ¿Sigues ahí?— grité a la nada con la esperanza de una respuesta —Te perdono por ignorarme ¿Quieres platicar?—

—Muchacho cállate ya o te doy otro macanazo— dijo la melodiosa voz del panzón 

—Disculpe ¿Cuanto tiempo estaré aquí?

—Una semana, ni más ni menos

—¿Y que pasará con mi perro?— sollocé —Mi pobre mascota tiene rota su patita

—Ese no es mi problema, debiste pensarlo bien antes de asaltar a una anciana— Que carajo estaba diciendo...

—¡Yo nunca asalté a una anciana, yo solo tomé una bicicleta!— le comuniqué exaltado 

—Buen intento, chico, él fue liberado hace algunas horas— sentí el alma liviana y a la vez pesada —Doforei ya aprendió la lección—

—¡Yo soy Dorofei!

—Buen intento, mejor duerme porqué esta será una semana muy larga—

—Pero yo soy Dorofei, el pobre idiota que ayer tuvo un día patético

—¿Entonces a quien liberamos?— dijo con una repentina inseguridad que me hizo dudar de la inteligencia de la raza humana

—No lo sé, pero exijo que me explique que sucede exactamente

—Mira, a mi no me vas a andar mandando, tengo que organizar unos asuntitos, enseguida regreso— y se fue tan rápido como le fue posible

Me sentía derrotado y débil, no se me ocurrió más que quedarme tirado a la espera de noticias.

Soy un idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora