El día que perdimos las ganas de matar

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Todo muy épico, sí, sí. Pero no tan épico como antaño.

Algunos tiros por aquí, algunos tiros por allá y... ¡Puf! Enemigo derrotado, a otra cosa. Empiezo a estar un poco cansado de que me pregunten. La respuesta siempre es la misma: la guerra simplemente ya no es lo que era. Yo lo comprobé con mis propios ojos el día que me incorporé al ejército después de diez años.

Solo hay que ver cómo está planteado el negocio de la guerra hoy en día. Tu vas, pagas tus armas, pagas tus naves, apretas unos cuantos botones y como he dicho: caboom. En pocos minutos, enemigo esfumado. Rápido y eficaz. Muerte fácil. Pero antes no era así. Antes matar era mucho más divertido.

Si hay alguien que me dio momentos agradables en el curso de aquellos cuarenta y cinco minutos de aburrimiento total, esa fue Cris Bakora, una guerrera como no las hay hoy en día. Cuando pienso en Cris Bakora me la imagino como aquel día: montada en su skate volador a todo gas con toda la flota detrás, incluida la gigantesca Águila 3K-19.

Ella iba en cabeza, pero no era la capitana de la guardia real. No: el capitán seguía siendo Yango Stuart: tieso como un palo, frío y esquelético, dando órdenes sin moverse del sitio a bordo del Águila 3K-19. Dando órdenes a soldados grises y aburridos. Jóvenes que se habían alistado más por complacer a sus padres que por otra cosa. Nunca había visto nada igual. Está claro que esta generación ha perdido las ganas de morir por su patria.

Pero Cris Bakora era diferente. ¡Y vaya si lo sabíamos! ¡Lo que habíamos protestado cuando Yango Stuart fue elegido capitán por décimo año consecutivo! Reconozco que yo no voté a Cris los primeros años, pues me parecía muy jóven para ser capitana. Pero la muchacha se fue ganando un lugar en mi corazón poco a poco. El comité amañaba las votaciones, eso estaba claro. No querían que una mujer fuera capitana. Y menos una mujer lesbiana. Bueno, Cris nunca había declarado que fuera lesbiana, seguramente para proteger su imagen, pero estaba claro que lo era. Aún recuerdo la primera vez que la vi, llegando al campo de tiro montada en su skate: con esos pantalones anchos y el pelo corto y revuelto. Nos dio un apretón de manos tan fuerte que nos crujieron los huesos. Sabíamos lo que había. Pero no nos importaba

Con los primeros rayos de sol salimos a la estratósfera y Cris apenas se inmutó, Era la única humana capaz de aguantar sin casco espacial en el espacio exterior. Miró hacia atrás y nos sonrió dulcemente, inspirando confianza. Yo fui de los pocos en devolverle el saludo, levantando el puño en un grito de júbilo. El otro fue mi amigo Mardi, a bordo de la Ragatta Imperial. En el Águila el silencio era casi sepulcral. ¿Qué había sido de los tambores y las canciones? ¿Y de las borracheras antes de la batalla? Oh no, pero el gobierno ya no tenía dinero para financiar todo eso. ¿Y qué había sido de los hombres despidiéndose de sus mujeres? Los hombres y las mujeres, perdón. Sí, me habría gustado ver a Cris despedirse de su novia y conocerla de una vez. Cris no nos había dicho ni una sola palabra sobre su pareja, hasta el punto en que algunos comentaban que quizás no tenía pareja. Pero eso eran tonterías: estaba claro que tenía pareja lesbiana, pero no nos contaba nada para evitar las críticas.

Al fin llegamos a Duvión II, que brillaba de su característico color verde esmeralda. Y allí aguardamos hasta que vimos al Guardián salir de detrás del planeta. Allí estaba, saliendo a recibirnos con su mirada asesina y su sonrisa de oreja a oreja: El Dragón de Siete Puntas. Su cuerpo colosal era más grande que un asteroide, y su fuerza le sobraba para arrancar todos los planetas de sus órbitas y ponerse a hacer malabares con ellos. Aquel día, sin embargo, no tuvo tiempo de hacer malabares. Lo arrinconamos por todos los lados y lo debilitamos con nuestros proyectiles.

Aquella parte fue la más aburrida, por supuesto. Lo único que me tocó hacer es darle a un botoncito una y otra vez: tic-tic-tic-tic-tic... y girar una palanca para recargar munición. Estábamos en plena conquista de un planeta entero y la mitad de la tripulación del Águila 3K-19 nos estábamos quedando dormidos. Fue verdaderamente lamentable.

Lo mejor (o quizás lo único bueno) de la batalla fue cuando Cris Bakora se llevó el palmo. Con su pistola de láser acabó con las siete púas venenosas del dragón. Entonces pudo subirse a su lomo, y desde allí le arrancó el corazón con su espada larga, que quedó ensartado como un malvavisco. Cris lo lanzó con todas sus fuerzas y éste se perdió en el espacio (en realidad no se perdió: más tarde me enteré de que mi amigo Mardi abrió la compuerta de la Ragatta justo a tiempo y lo atrapó al vuelo. Aún lo conserva como recuerdo guardado en un frasco). Finalmente, nuestra valiente heroína decapitó al dragón con un solo toque, quien siguió batiendo las alas y regando nuestras naves con su sangre. Fue un espectáculo absolutamente maravilloso.

No lo negaré: es verdad que aún hay buenos momentos, pero se han reducido a eso: momentos. Los jóvenes de hoy en día jamás sabrán lo que es el verdadero calor de la batalla: los gritos de guerra, pelear cuerpo a cuerpo y cubierto de sangre de la cabeza a los pies, con algún que otro compañero herido junto a ti... Y cuando la batalla terminaba, se oían las trompetas de la victoria, y sabías que podías estar orgulloso, porque nuestra patria prosperaría un día más. Lo que hacemos ahora son verdaderas mariconadas. Pero los gobiernos no entienden eso.

No, si al menos dejaran de invertir tanto en sanidad y educación...

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