Una tragedia

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Hace muchos años ya, existió una mansión, tan reacia a la tempestad del tiempo que parecía que nunca se caería, preciosa como los exquisitos gustos que su fundador se permitió emplear, pero fría. La mansión Lecter no era un sitio hogareño dónde quisieras pasar la navidad, ella era más bien un bunker de pasillos silencioso y largas veredas entre salón y salón.

Los condes Lecter se habían encargado de convertirla en todo menos un hogar pues, viviendo en un ambiente tan carente de amor ¿Qué otra cosa te podrías esperar? 

Aunque no fue todo el tiempo así.

Cambió, las ventanas conocieron la luz y los techos el sabor del ruido cuando el heredero de la casa Lecter llegó.

Un muchacho de tantos talentos como sus manos le permitían. Elegante y educado, de él no te podrías esperar más que la exquisitez de su perfecto adiestramiento. Su nombre era Hannibal, un identificador muy pretencioso para un joven que solo estaba destinado a pertenecer a la burguesía, no se tenía pensado que conociera la fama fuera de sus bailes de gala o las numerosas fiestas de té que su madre organizaba.

Todopretendía pintar muy bien para él, ahora que contaba con la mayoría de edadpodía disponer de la mansión como se le plazca, tenía tantos planes para él quesonreía de solo recordar que podría verse libre de la presión a la queconstantemente era sumergido en casa almuerzo, comida y cena.

 Pero la vida tenía planes crueles para él, y como la bombilla cuando apagas el interruptor, solo bastó un sutil toque para que la calma de Hannibal se nublara con la sombra de alguien más merodeando por si casa.

Su madre había decidido que contaba con la suficiente edad para sentar cabeza y sin autorización con el poder que le daba ser la condesa, orquesto un baile dónde conocería a la que ahora reconoce como su... Prometida... Inconvenientemente.

Era un dama delicada ypavorosa que respondía al nombre de Bedelía y te respondía las preguntas con unfalso asentó francés, toda una comidilla.

¿Ahora qué otro remedio le quedaba a Hannibal?

Solo le quedaba ver en silencio como su madre movida por la emoción de por fin ver pequeños corriendo por esa inmensa casa, se daba a la ardua tarea de dejar los preparativos para su boda, llevando de la mano a bedelía de aquí allá.

¡Pero una tarde!

Lluviosa y gris...

Dónde Hannibal se sentaba en su ya preciado sofá de piel de venado a perderse entre las pesadas gotas del diluvio vespertino, una idea, tan fugaz como absurda le surco la mente.

Con la taza de té entre sus dedos quemándole las yemas, planeó su huida, una manera cobarde de deshacerse de un dilema tan banal como una boda arreglada, pero, así como le sabía el burdo hecho de tener que compartir cama como una mujer como bedelía, se consoló en el deseo de querer manera él mismo su vida. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos con los jadeos exasperados de un tercero. Hannibal sabía muy bien de quién de trataba pues Bedelía se había encargado muy bien de hacerle saber si presencia durante los últimos veinte minutos.

Suponiendo que se trataba de alguna herida que torpemente se hizo la fémina, Hannibal, dejando su taza ahora fría sobre el mesón de la chimenea para darse a la tarea de subir en busca de Bedelía.

—¿Bedelía? — Repitió reiteradas veces, pasando de habitación en habitación, dudoso de poder encontrarla entre tantas puertas.

Era una mujer de gustos preocupantes, el hecho de que seguramente tuviera clavado algún alfiler en el dedo no le sorprendería en absoluto.

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