¿Quién soy yo? No soy nadie no obstante a la vez soy muchos. Mi historia no es solo mía, sino pertenece a todos mis hermanos, yo solo soy la voz de aquellos que obligaron a callar. El cuerpo puede tener dueño, pero el alma no, ya que no tiene precio, así que no puede ser comprada y, por lo tanto, es ella la que se dispone a hablar. Blanco o negro, amo o esclavo, somos iguales ya que ambos tenemos alma.
Mi relato inicia, desde el primer día del que tengo memoria. Madre era la cocinera principal de la casa grande así que todos los días, antes de que amaneciera, salía de nuestra pequeña choza de paja hacia la casa de los amos a preparar el desayuno, lo cual significaba que Annabelle era la que se apresuraba a levantarnos y alimentarnos antes de que ella misma tuviera que salir hacia el campo de caña. Jacob y yo éramos aún muy chicos para trabajar en los campos así que nos encargábamos de tareas menores como acarrear cubos de agua y leña para los demás negros, a mí no me molesta en especial si tengo que hacerlo para el abuelo Mason, siempre me aseguro de andar cerca de su choza cuando el sol se pone y todos regresan de los campos. No es mi abuelo de sangre, pero todos lo llamamos así. Siempre se sonríe al verme y sacude mis negros rizos con su gruesa mano.
-¿Has venido por otra historia, pequeño?-
Sus historias son las mejores y las más fantásticas, me habla de lugares exóticos llamados "África, Cuba, Haití y New Orleans". El mismo vivió en ellos y conoció a muchos otros negros que también le contaban historias y son esas mismas las que me relata a mí. Aunque a veces, su rostro se torna triste y una que otra lagrima surca su rostro. Recuerda a su esposa, de la que fue separado cuando los subastaron en New Orleans, no ha sabido nada de ella desde ese día. Es mi señal de salida, respetuosamente le beso su negra calva y le deseo las buenas noches y me apresuro a llegar a casa.
Madre aún no ha llegado, pero Anabelle si, riñe un poco conmigo por llegar sucio o tarde pero finalmente se da por vencida y riendo me da un beso en cada mejilla. Soy el menor de toda la familia, Jacob es el siguiente y ella la mayor. Padre fue vendido aun antes de que yo naciera a un caballero del estado de Kentucky así que solo somos nosotros y madre. Los amos son buenos con nosotros, son bondadosos y nunca pegan a nadie. Madre dice que debemos agradecer a Dios por los amos tan buenos que tenemos, dice que otros no tienen esa bendición. Yo, la verdad, no conozco nada ni a nadie fuera del cercado de la finca, así que no sé cómo sean los amos que tienen "otros". Madre llega a casa casi antes de la medianoche, platica un poco con Anabelle y después se dirige hacia la esquina donde dormimos Jacob y yo para desearnos las buenas noches y rezar con nosotros.
-Descansa, mi niño-me desea mientras me besa.
-¿Madre, porque somos esclavos? -pregunto repentinamente y la miro ansiosamente.
Sorprendida, se vuelve hacia mí y después de un pequeño rato de confusión me responde:
-Porque somos negros y Dios nos manda como tales obedecer y servir a los amos. -dice como si fuera obvio.
-¿Dios hablo con usted y le dijo eso? -
-No seas tontito, claro que no.-exclama divertida.
-¿Entonces como le mando eso? -insisto confundido.
-El dejo un librito muy pequeño donde escribió su Palabra y es en ella donde nos lo mando.
-Pero usted no sabe leer, ¿cómo lo supo entonces?
-Me lo enseñaron en la iglesia. El sacerdote si sabe leer y ha leído muchas veces la Biblia y dice que allí lo ordena de ese modo. Bueno, bastantes preguntas difíciles por hoy, a dormir. Buenas noches.
Apaga la vela, pero sin embargo no ha apagado mi curiosidad, pero sé que es inútil insistir ya que cuando madre dice algo hay que obedecer. Jacob ya ronca a mi lado, me acurruco y el sueño pronto me envuelve. Así los días transcurren, uno seguido del otro, sin casi alguna variación

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El Pequeño Negro
Short StoryUn pequeño cuento conmovedor, narrado desde la perspectiva de un niño pequeño, esclavo, en los Estados Unidos.