Segunda Parte

12 2 1
                                    

El canto de un huesudo y horrible gallo suena, es hora de despertarse.

-Un día de estos comeremos caldo de pollo, ya lo verás. – declara Jacob, mientras se estira y bosteza.

Volteo hacia el rincón que hace de cocina, esperando ver a Anabelle palmeando frente el negro comal. No está allí y el fuego está apagado. De pronto reparo en el ruido inusual de muchas voces y pasos presurosos provenientes de afuera.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Anabelle? - pregunta extrañado Jacob mientras se acerca a la puerta.

Afuera hay gente corriendo y todas las mujeres lloran mientras abrazan asustadas a sus hijos.

-¿Eh, Tom, que está pasando? - le grita mi hermano a un joven negro amigo de él.

-¿Aún no lo saben? El amo ha muerto repentinamente ayer por la noche.-

La respuesta es como un balde de agua fría derramado por la espalda para ambos. De pronto las historias que el abuelo Mason toman vida para mí y tiemblo de miedo. ¿Qué será de nosotros? Volvemos a casa, sabemos que no tiene sentido seguir afuera. Anabelle llega más tarde y trae consigo nuevas noticias.

-Tuve que ayudar a mama con la cocina, muchos blancos han venido para el funeral del amo y la casa grande esta al reventar. Al parecer le dio un ataque mientras dormía, la ama está sumamente triste, no ha parado de llorar. Imagínense el susto de despertar con un muerto en la cama, tiemblo de solo pensarlo.

-¿Qué pasara ahora, Ana? –

-La ama a decidido irse al norte con su familia, así que piensa vender la granja y a todos nosotros. Dice que si tuviera un hijo sería diferente, pero solo esta ella sola y no cree poder con la finca y la plantación.- termina casi con un susurro y de pronto rompe a llorar.

Nunca había visto llorar de ese modo a mi hermana. ¿Vender la granja? ¿Abandonar el lugar donde he vivido toda mi vida? ¿Nuevos amos? En parte parece emocionante, nunca he salido más allá de los límites de la finca, por otro lado los adultos no parecen muy entusiasmados por la idea sino todo lo contrario. Más y más preguntas se agolpan en mi cabeza.

Los dos días siguientes transcurren entre mucho alboroto. Blancos, negros y mulatos vienen y van. Algunos compran algunas herramientas y otros vienen a ver la granja. Madre nos ha prohibido salir de la choza por miedo de que nos vendan a algún blanco y ella no se entere sino demasiado tarde, así que solo la diminuta ventana que tiene nuestro hogar y las noticias que madre y Anabelle traen por la noche son nuestras únicas fuentes de información sobre lo que sucede en el mundo exterior. Un día alguien toca a la puerta, es el abuelo Mason. Sorprendido abro la puerta y lo saludo.

-Tengo poco tiempo, pequeño. Solo he venido a despedirme, me han vendido a un nuevo amo, no, no llores. No sé qué me depare el futuro, pero confió en el Señor y rezare por ti también. Has sido un buen amiguito y me entristece saber que no te veré crecer. Cuídate, ¿sí? - trata de sonreír y por última vez sacude mis bucles.

Asiento entre lágrimas, ¿qué más puedo hacer?, me lanzo a sus brazos, me besa y después se aleja. No había pensado en que nos venderían separados. No había pensado que me separarían del abuelo Mason. De pronto, una pregunta nueva me invade ¿nos separarían a nosotros, como lo hicieron con padre? el miedo me hiela la sangre.

Al día siguiente la noticia se corre como pólvora entre los negros que quedamos, la finca se ha vendido.

-Ya que nadie nos ha comprado aun, la ama nos ha entregado a un "negrero" para que nos subaste mañana en la feria. - nos informa entre lágrimas madre mientras mete en un saco nuestras pocas pertenencias.

Golpes en la puerta interrumpe la escena, sin embargo, esta vez no es el abuelo Mason o algún otro amigo, sino un blanco alto con un largo látigo. Dice que es hora de irnos, madre pide unos minutos más, pero él niega con la cabeza. Asustadamente salimos en la oscuridad, afuera una carreta espera, Anabelle nos ayuda a subir. Allí están Tom y Elisa, ellos tampoco fueron comprados así que también serán subastados junto con nosotros. Madre me abraza con fuerza y el carromato se pone en movimiento. Veo desaparecer entre las sombras al que un día fue mi hogar. Ninguna despedida emotiva, solo lo abandonamos en silencio. Nos llevan a un lugar frio y húmedo donde hay otros negros. Escucho entre los susurros de los adultos que estamos en un lugar llamado cárcel, donde dormiremos hasta que nos subasten. Tengo frío y tiemblo. Madre saca una delgada manta del saco y la extiende en un rincón relativamente seco y nos acomoda para que durmamos un poco. Toma mi mano y me canta una cancioncilla pegajosa y es así como término dormido.

El ruido del látigo y llanto angustiosos me despierta, un rayo de luz pálida se asoma por una pequeña abertura en la pared con barrotes. Siento como madre jala de mí y Jacob y nos levanta bruscamente antes de que el blanco con el látigo llegue hasta donde estamos. El blanco nos mira despectivamente y a continuación nos pone unos fríos grilletes en las manos y los pies. Salimos en fila. Afuera hay mucho alboroto. Por turnos subimos a una alta plataforma de madera donde blancos se acercan y nos miran a conciencia. Me piden abrir la boca y examinan mis brazos y piernas. Me siento débil, no he probado bocado desde la mañana anterior. Se lo digo a mi madre y ella solo me mira con tristeza. Un tosco hombre se acerca a mí y declara:

-Me lo llevo-

-Por favor, cómprenos a todos juntos. Yo soy su madre y se cocinar muy bien y cuidar de la casa.– ruega desesperada mi madre mientras señala a mis hermanos.

-No necesito una cocinera ni pequeños lacayos, me lo llevo a él solo. – declara fríamente.

Me aferro con fuerza a mi madre y empiezo a llorar. No quiero que me separen de ella, no quiero irme con este hombre. Alguien nos separa bruscamente. Oigo a lo lejos el llanto descontrolado de mi madre y de mis hermanos. Las imágenes se vuelven borrosas y confusas. Alguien me quita los grilletes para remplazarlos por otros.

No recuerdo muy bien el viaje, algo sobre un barco y gran charco de agua. Apenas y pruebo bocado, no tengo hambre. Me han puesto en una sucia bodega junto con otros negros, nadie me presta atención y eso está bien para mí. No quiero que nadie me mire, no quiero que nadie me toque. La gente me da miedo y prefiero no verlos así que cierro mis ojos y trato de olvidar donde estoy.

Por fin el viaje termina y llegamos a una gran finca. Me informan que allí plantan algodón y que es lo que haré de aquí en adelante. Me ubican en un barrancón donde hay muchos otros negros. Me dejo caer en un sucio tapete y observo asustado a mí alrededor. Hay mucha gente, todos tienen mala cara y parecen estar de mal humor. Me acurruco y cierro los ojos. Una mujer me ofrece un poco de maíz, pero lo rechazo asustado. No volveré a tener hambre nunca, declaro. Ella me mira como burlándose de mí y después niega con la cabeza y se aleja.

Despierto, aun es oscuro, pero todos están despiertos ya y empiezan a alinearse. Supongo que yo tengo que hacer lo mismo. Me dan un saco y un pequeño cuchillo. Todo el día recojo algodón bajo el duro sol. Al llegar la noche apenas y puedo sostenerme. Tomo un sorbo de agua maloliente de un jarrón. Dos días pasan así y llegado el tercero ya no logro levantarme. Permanezco en el pequeño rincón apenas consiente de lo que pasa a mí alrededor. Nadie parece reparar en mí. Todo me duele, tengo hambre, pero ya no tengo fuerzas para comer algo. Mis parpados se sienten pesados, tengo sueño, pero algo me dice que no tengo que ceder a él. Miro a mi alrededor todo se ve borroso. No hay nadie. De pronto mi madre y mis hermanos aparecen frente a mí, ciertamente delirio. Trato de hablarles pero nada sale de mi garganta. Me miran compasivamente. Trato de levantarme pero mis pies no responden. Todo es inútil. Ya no aguanto más, cierro mis ojos y...

El Pequeño NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora