Miradas

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Parece que fue ayer cuando te vi por primera vez, y yo estaba sentado a la sombra de un gran y árbol, a mitad del verano, con la única compañía de mis pensamientos. Pensamientos oscuros y confusos que incluían mi existencia en este mundo frío y vacío, solitario, sin compañía alguna.
Pero, por encima de eso, pensaba en las miradas.
Siempre creí que las miradas eran el espejo del alma, un cristal que dejaba ver lo que cada persona tenía en su corazón; y sin dudas una mirada podía decirte más que mil palabras.
Una mirada podía ser serena, proporcionando consuelo y acariciando el corazón dañado de una persona; o podía ser hiriente, lastimando y dañando a quien era el objeto de la misma.
Había miradas misteriosas e indiferentes, como las de la mayoría de la gente, siempre esquivas y escurridizas, presurosas a mirar en otra dirección por temor a encontrarse con otras miradas.
Miradas como la mía, que ocultaban una verdad, una historia que podía dañar a quien estuviera en contacto con ella. Mi mirada se encontraba perdida entre miles de miradas, se encontraba sola, en busca de una mirada especial, una mirada que me fortaleciera y me acompañara en la lucha diaria de esta vida.
Pensaba que no tenía esperanza, que mi mirada se iría apagando, desvaneciendo, marchitando como una flor a la que le ha llegado su hora, hasta que encontró tu mirada.
Tu mirada verde, bella y profunda, insegura y recelosa, llena de secretos al igual que la mía. 
Pero aún así, oh, tu mirada era tan dulce, tan calma, tan comprensiva.
Tu mirada era como el bálsamo que proporcionaba paz y consuelo a mi alma torturada, tu mirada era tan cálida que derretía mi corazón endurecido.
Tu mirada me proporcionaba la luz que podía iluminar hasta mis pensamientos mas oscuros.
Ahora, recordando tus ojos, mientras escribo esta carta, puedo decir que había empezado a enamorarme de tu mirada, sin que ella me conociera todavía.

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