Reposo

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La suave presión sobre mis labios logró dejarme sin aliento, un escalofrió recorrió mi espalda mientras se erizaban los pelos de los brazos. Con los ojos abiertos como platos logré recuperar algo de cordura, empujando bruscamente a ese chico al que llamaba amigo, me separé y puedo asegurar que mi rostro mostraba muchas cosas, tales como asco, duda, temor y furia, furia fue lo que me obligó a decir tales palabras.

- No entiendo como no me di cuenta antes de que eras un puto maricón.

Simplemente huí dejando atrás su mirada dolida.

Pobre mi chico, lo hice sufrir demasiado antes de aceptar lo que sentía y ahora lo voy a volver a hacer, pero porque tengo bien en claro lo que siento.

Aceptarse no es fácil, y si el mundo te pone una etiqueta diciendo que eres la mierda misma, se complica aún más. Las marcas en mi cuerpo son la prueba detectable, más que las voces en mi cabeza que me recuerdan mi lugar. Por más de que estas tengan nombre y apellido.

No, la secundaria no es el problema, si así fuese, los golpes e insultos los recibiría solo ahí. Rogaría si sirviera para poder salir, aunque sea a caminar por la calle con mi novio. Tal vez si ellos dos me hubieran dado un momento en sus vidas, alejando sus prejuicios, no me hubiera sentido tan solo, ni estaría en esta situación.

Observo mi alrededor, las baldosas blancas y frías debajo de mí, al frente un espejo del tamaño suficiente como para ver al muchacho rubio, de vacíos ojos fríos de tonos grises, con una ligera sonrisa que pronostica una tempestuosa calma y en sus muñecas precisos cortes, de donde brota una cálida catarata de rojo brillante.

Los ojos se cierran presentándome una oscuridad que promete la libertad que tanto anhelo.

...

Un chico de cabellos negros se deja caer sobre sus rodillas, al lado de donde a partir de ese momento yacerá su mejor amigo y amante. Intenta, de verdad intenta, controlarse y no gritarles, pero se le hace imposible.

- Es su culpa, ustedes debían cuidarlo y lo abandonaron, solo porque me amaba.

A través de las lágrimas que vuelven borrosa su vista, clava los ojos en las dos únicas personas a las que les atribuye la muerte de su amado.

- Estúpido niño insolente, no sé cómo tienes el descaro de presentarte aquí, cuando es tu culpa que nos encontremos aquí.

Con su cuerpo temblando desarma su puño para desplegar una hoja, la cual había aceptado por parte de su chico el mismo día de la catástrofe creyendo que era una simple carta de amor. Entre sollozos lee.

- Es interesante la manera en que puede provocar un cambio de sentimiento el decir dos palabras, aunque lo es más como uno no se puede desprender del afecto que le tiene a alguien a pesar de las miradas de asco y decepción, es por eso que después de todo los sigo amando a los dos, no importa que no me hablen, son mis padres. Les pido perdón, pero no puedo más.

El pobre chico espera unos segundos, ve a los que le rodean, pero nadie dice nada.

-Les dejó una maldita carta para despedirse, aunque lo trataron horrible, él les dejó una maldita carta, y de mí no se despidió. No se despidió de la única persona que lo amaba sin pedirle nada, no se despidió.

Sus últimas palabras casi no se oyeron, el suave balbuceo acompañó la caída de la hoja cuyo destino fue reposar sobre el bonito ataúd.

Y se fue.

Salió de ese cementerio destrozado, por la sociedad, los padres de su novio y por el rubio que lo dejó a la deriva.

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