Érase una vez

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Lo primero que vio al abrir los ojos fue una espesa niebla negra que cubría el oscuro lugar en el que estaba. Era desconocido para él, aunque le daba la sensación de haber estado allí antes.

Fue avanzando poco a poco a través de la neblina, que parecía cubrir todo lo que alcanzaba a su vista.

"Kano Shuuya"

Una impenetrable voz acompañada por el desagradable sonido de serpientes que se acercaban hacia él sin que puediera verlas por culpa de la niebla le perforó los oidos e invadió por completo su mente. Se llevó rápidamente las manos a las orejas, intentando evitar que sonara más fuerte dentro de su cabeza, cosa que parecía imposible.

Unas serpientes aparecieron de la nada, negras, con ojos rojos. Cuando empezó a pensar que aquel ruido iba a hacer reventar su cabeza, recordó. Recordó lo que vio hace solo unos minutos.

Shuuya volvía a casa cuando acabó el colegio, como todos los días.

"¡Ya estoy aquí, mamá!"

Se quitó los zapatos y la sudadera ya que pasaba mucho calor con ella en clase. 

Ella le pegaba ocasionalmente, dejando algunas marcas en su cuerpo. Para no preocupar a los vecinos, empezó a vestir una sudadera y pantalones largos que no dejaban las cicatrices a la vista de los demás

Desde la muerte de su padre, ella volvía muy tarde de trabajar para poder mantener al chico, cuando llegaba a casa le regañaba ocasionalmente a causa del estrés, y muchas veces terminaba golpeándolo. Pero Kano siempre la perdonaba. No quería que la culparan.

"Eres un buen chico Shuuya. Lo siento"

Él siempre acababa cediendo ante las lágrimas de culpa que brotaban en sus ojos.

"¿Mamá?"

No recibió nunguna respuesta.

Procupado, fue a buscarla, cuando de repente, escuchó algo extraño.
Fue a buscar el origen del ruido y encontró a su madre atada de pies y manos, con una terrible herida en el estómago, y a unos hombres tapados y armados a su alrededor.

"Vaya, pero si es un niño..."

"¡NO! Dejadlo en paz y os diré dónde está el dinero, por favor..."

Bang.

Su madre cayó al suelo.

"¡¡¡MAMÁ!!!"

Shuuya solo pudo agacharse y coger la mano de su madre, era inútil intentar salvarla. Entre lágrimas, no pudo encontrar palabras para reconfortarla.

"Shh... No llores hijo. Has sido un niño muy bueno..."

Después de un nuevo disparo, su madre cayó al suelo, sin vida.

Bang.

Otro más. Entonces Kano sintió algo parecido a una barra de hierro ardiendo atravesándole el pecho, y cayó sobre sus rodillas.

Intentó gritar, pero dolor inundaba sus pulmones. Poco a poco, su mirada se fue emborronando.

Aquello fue lo último que pudo recordar.
En ese momento, pudo divisar a una mujer a la que también le rodaban los reptiles. Tenía un extraño vestido negro, y un pelo que parecía repleto de aquellas serpientes de ojos rojos.

La más robusta y altas de ellas se acercó al pequeño, que no dejaba de llorar.

"Con que tu nombre es Kano Shuuya, ¿eh?"

Aterrorizado, intentó correr buscando una salida, pero no pudo. Su cuerpo estaba apresado por aquellos reptiles, que vez le apretaban más sus miembros.

"Parece que has sido un pequeño mentiroso..."

El niño se retorció pero sin resultado.

El monstruo se acercó lentamente a su cara, y pudo observar toda la vida del niño a través de sus ojos.

"Sigue mintiendo. Vas a ser un maestro del engaño"

"Sigue mintiendo"

Aquellas eran las palabras que se repetían una y otra vez en su cabeza.

"Sigue mintiendo"

Se repetían una y otra vez.

Cuando abrió los ojos estaba en casa, que parecía bastante silenciosa en comparación con otros días, en los que los gritos de su madre inundaban el ambiente.

No le quedaba siquiera un cuerpo al que llorar. Fue corriendo a su habitación, deseando huir del mundo y tratar de olvidar todo. Cuando levantó la vista hacia un espejo, no pudo creer lo que había allí.

Era él mismo, sonriendo. Sus ojos se habían convertido del mismo color que los de aquellos monstruos. Y una burlona sonrisa de oreja a oreja iluminaba su cara incluso después de lo ocurrido.

Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora