Prologo

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Todo era llamas. Por primera vez en muchos años, Russus sintió miedo, miedo a esa familiar sensación, le era conocida claro, pero solo comparable con el recuerdo de una persona a quien conociste alguna vez y el tiempo ha desvanecido su rostro de tu mente. Pero la conocía, y ahora volvía estrepitosamente. Como cuando vuelves a ver ese rostro por casualidad y te das cuenta que es un viejo amor. La sensación era dolor. Intenso dolor.

¿¡Cómo es posible que esta mocosa pueda hacerme caer!? Pero lo cierto era que no solo lo había hecho caer, Russus estaba muriendo. Sangraba profusamente de una herida encima de su clavicula izquierda, y el mundo era todo llamas.

¡Maldición! Todo iba de maravilla, ¿Qué demonios pasó? ¿De dónde salió esa maldita niña? Russus ya no veía, todo era confuso, el fuego era solo un murmullo alrededor suyo e incluso el dolor estaba desapareciendo ahora. Hubiera preferido el dolor nuevamente, al entumecimiento que lo envolvía en esos momentos. Carajo, no puedo moverme, no soy capaz de usar el Don siquiera. Voy a morir ¡Y no puedo hacer jodidamente nada! Silencio, oscuridad y luego, nada.

Esa mañana Russus había conquistado la inmensa fortaleza y el palacio del Emperador Alinafe Ojo de Cuervo relativamente solo. Había sitiado la fortaleza amurallada con un pequeño ejército de tan solo 100 hombres ligeramente armados con espadas, escudos de madera y cuero, y ballestas de las Islas Flotantes, pequeñas y escasamente efectivas en grandes distancias. No lo que se esperaría para sitiar un castillo custodiado por casi 1,500 soldados entrenados, completamente equipados y con reservas de agua y comida para durar el invierno y entrada la primavera. No en lo absoluto. Pero eso a él le importaba poco, su ejército era más una distracción que una fuerza destructiva. Russus era la fuerza destructiva, era poderoso en el Don y su tiempo de espera había terminado. Ya era hora.

- Se acabó, Alinafe, eres fuerte, pero ni tu habilidad con la espada, tu instinto, ni tu mediocre control del Don pueden salvarte ahora, así como no lo hicieron con tu esposa. Dímelo y muere. No me obligues a asesinar a todos en el castillo para encontrarlo. Dime donde está el cofrecillo - Russus lo miro fijamente, con ojos fríos como el invierno del Reino del Norte. Estaba sereno y mantenía su postura erguida como si no acabara de masacrar a un ejército con sus propias manos. La única señal de su trabajo era el sudor cubriendo su frente.

- ¡Te equivocas, yo no lo sé! Nunca lo he sabido, ¡eres un idiota! El destino del cofrecillo está atado a la emperatriz, y tú... tú la mataste sin siquiera voltear a verla... - la voz del Emperador se fue apagando mientras hablaba hasta llegar a ser no más que un susurro.

Demonios, el maldito viejo no miente. Cometí un error, me apresure y ataqué sin indagar lo suficiente. Pero ya no hay nada que hacer, acabaré con esto, tomare el imperio y encontraré el cofrecillo sin importar qué, aunque deba arrancar de sus cimientos reino por reino y buscar bajo cada uno de los cadáveres.

- Muere ahora viejo cretino. Mondo será mío - Russus se acercó a un paso del Emperador que estaba parado junto al cadáver ensangrentado de su esposa. Empuño la mano y ésta se encendió, envuelta en una intensa llama amarilla. Alinafe no se movió, no intentó defenderse ni huir, solo dirigió su mirada del puño de Russus a sus ojos y la sostuvo ahí, con sus profundos ojos negros, orgullosos y desafiantes.

- ¡Gah! - Expresó Alinafe, su rostro deformado por el dolor y escupiendo borbotones de sangre. ¿Qué sucedió, cuando fue que...? El puño flameante de Russus estaba hundido en su pecho hasta la mitad del antebrazo.

- ¡No! - Russus escuchó el agudo grito que provenía de detrás de uno de los pilares de la sala del trono y al votear vio a una pequeña niña salir corriendo en su dirección. Parecía tener cerca de 10 años. Su vestimenta era vieja, su vestido simple, decolorado y raído, con algunas manchas frescas de carbón y ceniza pero también con viejas manchas que nunca desaparecerían, ahora era gris, pero era imposible saber cuál fue su color original. Su cabello negro estaba desarreglado, y su cara cubierta de ceniza, limpia solamente donde las lágrimas dibujaron un camino sobre sus mejillas. Y sus ojos, grandes ojos de irises rojos. ¿Una sirvienta? Pero esos... - ¡No!- volvió a gritar la niña mientras llegaba a donde los hombres se encontraban y comenzó a dar manotazos y puntapiés al invasor de forma salvaje y errática, sin mayor efecto en el enorme hombre.

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2017 ⏰

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La Raiz de Todos los Males (Cronicas de Scina #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora