Problema Garantizado

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Él lo sabía y, además, era evidente: no quería estar en esa fiesta. La celebración se trataba del cumpleaños de cincuenta de un amigo de su infancia. No se habían visto por años y nunca habían tenido la mejor relación dentro del numeroso grupo de amigos que conformaron en su escuela secundaria. Sin embargo, ahí estaba Daniel. Había llegado primero, lo cual no era una sorpresa, puesto que siempre demostraba su extrema puntualidad. Por largo tiempo estuvo simplemente rodeado del personal encargado de la organización del evento.

Estaba incómodo; la sensación no le resultaba desconocida, pero el sentimiento crecía a paso agigantado en su interior. El atuendo que había elegido para la ocasión se había sentido ajustado desde que había entrado al salón. Incluso parecía ajustarse aún más con el paso de los segundos, casi tanto como para que su respiración se agitara y, consecuentemente, se formaran pequeñas gotas de sudor en su frente.

Al llegar, tuvo tiempo de sobra para recorrer el lugar. Escrutó con su mirada cada milímetro de su alrededor. Pensó que había demasiadas mesas para un salón de fiestas tan pequeño, detestó la gama de verdes que predominaba en la ceremonia, no soportó el olor que emanaba la poca comida ya servida... y así continuó criticando mentalmente lo que lo rodeaba. Prácticamente no se movió, pero sus ojos parecían perdidos en el salón de fiestas, moviéndose en diferentes direcciones con locura.

Cada mesa del salón tenía en su centro un pequeño cartel. Ese cartel era verde esmeralda e indicaba el número de mesa. Cada cartel tenía, debajo del número, una etiqueta para identificar quienes ocuparían la mesa. Apenas había entrado, le habían asignado la mesa diecisiete. Al acercarse a la misma, divisó que, bajo el número de color dorado, decía "Problema Garantizado". Así llamaban a su antiguo grupo de amigos y enseguida dedujo que el reencuentro sería aún más grande de lo esperado.

Los invitados comenzaron a llegar y él pudo ver a cada uno de ellos. Las caras de la gran mayoría delataban felicidad. Habían elegido sus mejores prendas y se los veía listos para disfrutar de la velada. No obstante, este no era el caso de sus compañeros de mesa, sus amigos de la secundaria. Empezaron a llegar uno a uno, y Daniel pudo ver sus expresiones de desagrado. Intentaban ocultarlas, por supuesto, pero él sabía que tampoco querían estar en esa fiesta, odiaban estar allí.

Sus amigos llegaban y lo miraban con complicidad, seguramente porque notaban que ninguno estaba entusiasmado con el evento. La primera fue Sandra, quien ingresó al salón con una sonrisa gigante y perfecta. Daniel sabía que su sonrisa era falsa, Sandra era experta en fingir. Cuando la mujer se acercó a la mesa diecisiete, en la que Daniel ya se había sentado, él notó algo particular en Sandra. Algo llamó su atención, algo le resultó familiar pero no necesariamente propio de ella. En ese momento, no pudo discernir de qué se trataba.

Llegaron los gemelos Mario y Martín, también mostrando felicidad. Pero Daniel veía perfectamente los puños apretados a los costados de sus cuerpos, que delataban lo mucho que deseaban irse, a pesar de que sus gestos faciales irradiaran dicha. Daniel vio en ellos lo mismo que había visto en Sandra, algo tenían en común. Se dio cuenta de que lo que percibía en sus amigos era algo que él poseía, pero no lograba descubrir lo que era.

Amanda, Julieta, Pedro, Santiago y Marta llegaron. En todos encontraba lo mismo, sus miradas, sus movimientos, sus gestos lo denotaban. Estaban nerviosos, ansiosos. Fue cuando llegó Ángel que lo supo. Pudo ver en lo cínico de su actuar lo que estaba intentando descifrar: todos en la mesa habían asesinado a alguien.

Todos demostraban desagrado porque no querían estar allí, pero sí querían estarlo. Habían esperado ese momento por años. Por fin, juntos, podrían hacer justicia. Podrían liberarse de sus cadenas, podrían empezar de nuevo. Sin dudarlo más, todos sentados en la mesa, se miraron con empatía y lo decidieron. Las palabras no eran necesarias, sabían lo que tenía que pasar.

Al llegar el cumpleañero, el último en entrar al salón, todos los integrantes de la mesa diecisiete se levantaron, tomaron los afilados cuchillos que encontraron en la mesa y se abalanzaron contra su amigo de la adolescencia. Lo apuñalaron incontables veces, con brutalidad. Cuando estuvieron seguros de que el homenajeado estaba muerto, se miraron y se sonrieron con total sinceridad.

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