Los azulejos no tocan el clarinete
Beatrice parpadeó. Eran momentos como ese en los que recordaba que Wirt y Greg eran solo un par de desconocidos, que mañana tomarían el ferry y que el camino hacia Adelaide estaba más cerca de lo que había estado nunca. Más cerca y, con suerte, en un par de días ella misma podría disfrutar de su propia cama y de sus p...