Ipsa Ducet ©
Todos creían que no se habían equivocado. La hoguera empezaba a consumir los primeros dedos de sus pies, pero apenas gritaba. Murmuraba, susurraba, temblaba. Pero no se quejaba. Raramente lográbamos oír nada que proviniese de su boca. Lentamente y con calma, como si estuviera disfrutando de la situación, se acercó ha...
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