Ana y yo llevábamos años siendo amigas pero todo cambió en el momento en el que nos acostamos. Tuvimos la valiente cobardía, tras una breve conversación, de ignorar lo que había pasado y, sobre todo, tuvimos la estupidez necesaria para obviar el caos que aquella noche creamos en mi habitación y en nuestra amistad. Decidí marcharme a Madrid para olvidarla sin darme cuenta de que no se puede huir de lo que llevas dentro.
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