─Todos son muy especiales para mí ─dijo Vladimir─, pero mi favorito es José. ─Éste simplemente sonrió. Salvaterra. Septiembre 20, 1817. Éramos nueve, todos éramos estudiantes de Vladimir, todos estábamos en el mismo edificio, todos estábamos dentro del edificio cuando se incendió, todos morimos, todos excepto uno. Él tuvo la osadía de no morir, pero quien diría que morir sería un regalo para muchos, él tenía que haber deseado ser uno de nosotros. ─¿Qué nos pasó? ─pregunté. ─Todos murieron ─respondió Vladimir. ─¿Y cómo es que estamos respirando? ─inquirió Russo. ─¿Y quién les dijo que los muertos no respiran?