La ferretería "El Tornillo" era desde hacía años la rebotica del barrio, el sitio donde los vecinos paraban después del trabajo para enterarse de las últimas novedades, fumar un cigarrillo y a veces tomar un vino de alguna botella que el dueño sacaba debajo del mostrador o que algún tertuliano traía guardada en una bolsa de plástico para que Pepe, el dueño del bar no la viese y los fuera a acusar de competencia desleal.