Desde que miró fijamente la carta que su padre le había entregado, sabía cuál sería su sentencia. El sello dorado de la familia Galitzine adornaba el papel pergamino, una señal de la importancia de su contenido. La noticia que derramó la tinta encerrada en aquella carta cambiaría el curso de su vida para siempre: Había sido aceptado. Sería enviado a Castrum, un campamento durante el verano, por órdenes de su padre, tras su pronta presentación como omega. Ser un omega significaba que su destino estaba trazado a fracasar desde su nacimiento y con ello, su vida pendía de un hilo.